La excelente sinopsis de Cachorro afirma que las leonas obligan a sus crías a abandonar la manada al cumplir dos años, y que solo los más fuertes llegan a convertirse en adultos. Efectivamente, Marta, la protagonista, es una leona, muy bien encarnada por una Cristina Alcázar que imprime una presencia poderosa e inusual a su personaje: una mujer al borde de los cuarenta que transmite carácter y decisión en sus miradas y sus gestos, en su manera expeditiva de fumar o de conducir (y cómo fuma y cómo conduce), de recogerse el pelo, de vestir unos vaqueros o lucir anillos y pendientes, segura de sí misma y consciente de su atractivo, de una belleza dura, propia del género negro.
Pero, además, Marta es madre. Y su seguridad rocosa se tambalea cuando tiene que enfrentarse a Dani, su hijo adolescente, estupendo Pedro Tamames. Ahí comienza una confrontación entre una madre aparentemente indestructible y un hijo aparentemente débil, filmada con la contundencia propia del ataque de una leona.
La mayoría de la acción tiene lugar en el interior de un coche. El director, Jesús Rivera, graba desde el asiento trasero con planos cerrados que oprimen a madre e hijo y pasan de la una al otro con cámaras en mano tensas, nerviosas, mientras ambos personajes se encuentran atrapados en una situación en la que resulta imposible guardar la calma. Los exteriores tampoco ofrecen mucha escapatoria: en mitad de una plaza madre e hijo continúan aislados en planos distintos, cada uno en su mundo, y en las escenas en que Marta anda por la calle con rapidez el steady la persigue, como aprisionándola.
Párrafo aparte para hablar del guion, obra de Daniel Toledo. Se trata de uno de esos guiones absolutamente clásicos, pero certeros, en los que la información se da con cuentagotas, los diálogos son precisos y dicen lo preciso, obligando al espectador a preguntarse qué diablos está ocurriendo. Poco a poco el relato se va definiendo en torno a una situación de ‘bullying’, pero que nadie se espere un discurso sobre el acoso escolar. Lo que realmente importa es la relación entre los tres personajes. Sí, tres: la madre, el hijo y el padre que no está pero sí está.
Entre miradas, silencios, gestos, diálogos, cámaras en manos y steadys con ganas de liarse a ostias con el mundo, el director va mostrando a la vista las carencias familiares. A lo largo del metraje la triunfadora Marta mantiene el tipo y no baja la guardia ni por asomo, hasta que, por fin, en una secuencia formidable, a Dani se le escapa una frase brillante que da sentido a todo. Durante un terrible momento Marta ve en Dani no al hijo, sino al hijo y al padre, y descubre al mismo tiempo la razón de su fracaso como madre y, muy posiblemente, como pareja.
Cachorro termina con uno de esos finales abiertos que, por primera vez, relacionan a madre e hijo en un mismo plano, y que parecen querer abrir una puerta a la esperanza y a la reconciliación. Para algunos será decepcionante, para otros lo mejor del corto.
De acuerdo, Rivera no ha contado nada que no se haya contado antes, ni lo ha filmado de un modo especialmente original. Pero, quitando algunos momentos en los que se pierde la intensidad (como la escena, no muy convincente, en la que los dos intérpretes son observados por la cámara desde el interior del coche, afortunadamente breve), todo en su trabajo transpira solidez y claridad de ideas: guion, personajes, realización, sentido de la observación, actores y dirección de actores. Al principio Cachorro parece poca cosa: una discusión familiar en un coche y un par de cervezas en una terraza. Pero, por momentos, Rivera consigue que ese poco sea bastante. Y en la escena clave, mucho.
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