El estreno a nivel nacional, en la Sección Oficial de Málaga 2014, de La pasión de Judas del vallesequense David Pantaleón, viene a completar la trilogía titulada «Cuentos de cartón», un proyecto llevado a cabo por el director canario y el Centro Ocupacional de Valleseco, integrado por hombres y mujeres con discapacidad intelectual de este pueblo de la medianía de Gran Canaria. Junto con Fondo o forma (2011) y A lo oscuro más seguro (2012) –a la que ya le dedicamos un artículo en nuestra revista-, La Pasión de Judas vuelve a enfrentar al espectador con el mundo particular del creador isleño.
Si en el primer corto se nos contaba la fábula naïf de dos tribus enfrentadas por una diferencia de forma -las cabezas cuadradas versus las cabezas redondas- aunque con un fondo en común, en A lo oscuro más seguro se acercaban posiciones de una manera individual, donde el discapacitado era ayudado por otros discapacitados para llegar a un fin común, la caza de un ciervo. Por último, en el cortometraje que nos atañe se da el paso definitivo: la comunidad se une para ritualizar sus creencias y liberarse de sus demonios, marcando una seña de identidad imborrable. Si nos acercamos de una manera global a la trilogía, los cortos de David reflejan, de una manera intuitiva y lúcida, cómo el Hombre de manera primitiva se enfrenta al Otro, al diferente, pero una vez que debe asentar las bases de una civilización se da cuenta que a la vez necesita a ese Otro, que ya no ve tan diferente, para apoyarse en él y así poder avanzar hacia un futuro más esperanzador. Una vez cubierta su parte tribal (Fondo o forma) y cazadora (A lo oscuro más seguro), el Hombre se ocupa de su plano más espiritual y catártico (La pasión de Judas).
David y su inseparable directora de arte Laura Millán por tercera vez, producidos por Los de Lito Film –productora del propio director- en coproducción entre otros con el Ayuntamiento de Valleseco, se enfrentan a un nuevo reto durante su taller de cine con los alumnos del Centro Ocupacional de Gran Canaria, esta vez como si de un retrato etnográfico se tratara, recogen para la cámara un ritual típico de Valleseco, el acto de la «Quema de Judas» en la Semana Santa. Según los historiadores, esta tradición se puede remontar a los primeros años de la conquista castellana, que se celebraba antiguamente en muchos municipios de la geografía canaria, perviviendo en la actualidad sólo en unos pocos pueblos del archipiélago, y curiosamente en algunos puntos de Latinoamérica también. Transitando como un funámbulo en los límites de la no ficción, Pantaleón nos sitúa otra vez de una manera espontánea y natural en unos decorados austeros, unas actuaciones comedidas y unas acciones irracionales, pero sin caer en una fórmula repetitiva o poco creativa, muy por el contrario el tándem se vuelve a equilibrar dando una visión novedosa y pura de una tradición casi milenaria a caballo entre lo pagano y lo religioso.
Una vez más haciendo ese cine que gusta en llamarse «cine de guerrillas», Pantaleón recurre al imaginario popular para darle una vuelta de tuerca y mostrarlo descarnado al ávido espectador vacío de prejuicios. Teniendo frescas en nuestras retinas las películas de directores como Lars Von Trier en Idioterne (Los idiotas, 1998) o la disparatada Auch Zwerge haben klein angefangen (También los enanos empezaron pequeños, 1970) de Werner Herzog, no podremos evitar buscar concomitancias con esa forma de hacer cine, libre, adaptativa al medio y sobre todo reflexiva sobre un aquí y un ahora, que nos hace echar la vista atrás para darnos cuenta que las cosas no han cambiado tanto desde entonces, y que en ocasiones es bueno volver la mirada hacia el pasado para encontrar consuelo de este presente desasosegante e incierto.
A todo esto debemos añadir que los personajes que precisamente nos ayudan a encontrar ese desahogo son personas con una discapacidad, a las que se le carga de una potencia visual sorprendente, evidenciando una evolución interpretativa admirable de los tres años compartidos con el equipo de Pantaleón. Los visualizamos como seres inocentes pero a la vez, nos damos cuenta de que son los verdugos de la situación, cargando el imaginario tradicional de unas connotaciones pocas veces experimentadas antes, por lo que La Pasión de Judas se sale con creces de un simple ejercicio de un taller con personas con discapacidad.
Una vez más, el director canario trata de temas universales, por ello escurridizos y esquivos, que incomoda al espectador pasivo de una manera enriquecedora, haciéndole instintivamente una serie de preguntas con difícil respuesta: ¿es realmente Judas el malo de la película? ¿Tapamos las caras de los protagonistas con unas bolsas de papel, de manera ritual, con la excusa de los cucuruchos de la típica Semana Santa andaluza, o porque nos incomoda su discapacidad en primer plano como seres malignos capaces de destruir sin piedad? ¿La música de salsa -entre otras de Óscar D’León, Willie Colón y Celia Cruz- que embarga la atmósfera del corto a qué se debe? ¿Estamos viendo una fiesta o un hecho religioso? Sea cual sea la interrogación que nos surja, de lo que no cabe duda es de la capacidad talentosa de su creador y de su equipo para crear un nuevo imaginario creativo y sin ataduras partiendo de lo ancestral que, en definitiva, es lo que se le pide al cine, que siga creando nuevos lenguajes simbólicos capaces de removernos en nuestras butacas cinéfilas.
Distribuido por Marvin&Wayne
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