UNA OCURRENCIA DE JEAN-LUC
Parece mentira el peso que puede tomar una determinada frase en la educación, en la percepción de una persona. Leemos o escuchamos una frase, acaso pronunciada como boutade u ocurrencia, y, sin darnos cuenta, la hacemos nuestra. Empieza a crecerle uno dentro la ocurrencia de marras, llegando a convertirse en una suerte de guía personal, de leitmotiv creativo.
Dicen que a Jean-Luc Godard se le ocurrió un día decir que toda buena ficción tiende al documental y que todo buen documental tiende a la ficción. No recuerdo muy bien dónde lo leí por primera vez porque fue hace bastantes años. El caso es que aquello debió quedárseme instalado a fuego porque, cuando me paro a observar mi trabajo de los últimos quince años, tengo que reconocer que no es sino un paulatino intento de materializar aquella ocurrencia de Jean-Luc: un progresivo acercamiento, desde los dos lados, a esa frontera difusa y fértil que separa la ficción de la no ficción.
En ficción siempre me ha interesado la posibilidad de que los personajes, en un momento determinado del relato, pudieran convertirse en personas reales que operasen en un entorno real (y por tanto «documental», no controlable como un set). Intenté algo parecido en mi primer corto Dos más (2000) y me propuse avanzar en esa dirección en el último que he tenido ocasión de dirigir hasta la fecha, El premio (2011). Aquí, la protagonista del relato (una actriz que se prepara para acudir a un evento que se presume importante), se convertía en una persona, Pilar Castro, nominada a los premios Goya en la realidad, con lo que el desenlace del relato se decidiría literalmente «en directo» durante la gala de los premios de la Academia. La idea era, claro, empujar el relato de ficción hasta cruzar la frontera e instalarse en lo real: en el documental. Vamos, que seguía a pies juntillas la ocurrencia de Godard.
En el otro lado de la frontera, el de la no ficción, empecé en 1998 trabajando en el campo del «ensayo fílmico» con la serie Conceptos clave del mundo moderno (bueno, habría que decir más bien «micro-ensayos», dada su duración). Una voz en off distante y en tercera persona diseccionaba determinados aspectos de la vida del ciudadano contemporáneo. Hasta aquí todo parece claro: purito documental. Pero la inclusión de la ironía y de una lógica textual claramente instalada en lo subjetivo, incluso en la manipulación de la realidad, empujaba la serie hacia un lugar de invención: ficticio.
En los últimos años he trabajado en el terreno del diario-fílmico, es decir, desde la primera persona: tomando mi propia vida como materia prima de la propuesta. Sin inventar nada. Todo real. En teoría pues, documental. Comencé este camino con una dupla de piezas sobre el final de una relación Zoom (2005) y Límites primera persona (2009) y lo he continuado en Mapa (2012), mi primer trabajo en formato largo.
Pero por mucho que la materia prima sea real, por mucho que no invente nada, una cosa es una realidad y otra muy distinta es contar esa realidad. Y es aquí donde me sirvo de toda una batería de herramientas que tienen que ver con el relato, con el cine de ficción: desde la dosificación de la información hasta la utilización de las letras de las canciones como parte del guión (operación propia del musical), pasando por imaginar y tratar a las personas reales (incluido yo mismo) como personajes. Hay voluntad de que la realidad que se comunica se perciba como un relato. Hay voluntad, una vez más, de empujar lo documental hacia la frontera en que se confunde con lo ficticio; de seguir dándole vueltas a aquella sentencia pronunciada no sé muy bien dónde, ni sé muy bien cuándo, que yo, tratando de desmitificar para que no me pese demasiado, prefiero imaginar como una ocurrencia. Una ocurrencia de Jean-Luc.
Foto: Óscar Orengo
All comments (0)