Producir un cortometraje no es cosa fácil y lo saben bien todos aquellos que alguna vez decidieran vivir la experiencia. Bueno, más bien especificaría “producir cine no es cosa fácil”, y contar historias tampoco es tan sencillo como a veces pueda parecer desde la cuarta pared.
El cortometraje, más allá de un formato en sí mismo, que lo es, suele convertirse en campo de experimentación en algunos casos y de aprendizaje y consolidación en otros. Matizo esta cuestión, porque el cortometraje asociado a la figura de joven director o productor ha cambiado en esta última década. Ya no somos tan jóvenes o inexpertos muchos de los que seguimos haciendo cortometrajes. Es un dato que se podría analizar porque tiene que ver con lo que está ocurriendo en la sociedad. Las etapas de la vida se alargan y lo mismo pasa en la vida profesional de cada uno. La edad ha ido aumentando en estos últimos años, hasta situarnos en una media de 35-40 años para los directores y productores de cortos. Está claro que la crisis económica tiene mucho que ver, cada vez es más complicado producir cine y por tanto, cada vez es más difícil que la industria cinematográfica pueda absorber a las nuevas generaciones y talentos.
El cortometraje sufrió su propia burbuja y era más fácil producir que ahora; a veces resultaba fácil asentarse, principalmente porque es maravilloso rodar cortometrajes, por muy dura o compleja que pueda ser la producción, que insisto, lo es.
Más allá de esta burbuja que explotó con la burbuja general del país, el cortometraje es un formato que necesita del apoyo de las subvenciones a la cultura y a la cinematografía, tan puestas en entredicho en este último año. El cortometraje también necesita de la implicación de las televisiones como ventanas de emisión y fuentes de financiación. En este sentido, es muy importante pagar precios justos y coherentes con el mercado. Un cortometraje, como todo producto audiovisual, tiene un precio. Los productores necesitamos financiarnos de alguna manera, y para ello, se deberían establecer unas tarifas lógicas por parte de las televisiones y plataformas. Producir cuesta dinero y los productos audiovisuales tienen su período de amortización.
¿Por qué hay que invertir en la producción de cortometrajes? Las instituciones deben invertir en ellos porque son la semilla del futuro de nuestra industria cinematográfica . Las televisiones públicas, lo mismo. Un buen ejemplo de que invertir es sembrar lo constituye Tadeo Jones, que antes de ser una de las películas más taquilleras del año pasado, fueron dos fantásticos cortometrajes.
Invertir en el sector cultural no sólo es necesario, sino que es estratégico. Las políticas culturales como cuestión de estado dan sus frutos. Invertir en cine es absolutamente necesario para dar a conocer nuestra cultura, nuestra historia, nuestras costumbres, formas de vida, etc. Si dejamos de producir nuestras historias, perderemos parte de nuestra identidad, y a fin de cuentas, las películas (largas o cortas) constituirán parte importante del archivo audiovisual histórico de nuestro país. No nos quedemos sin ese archivo, por favor.
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