La Semana de Crítica de Cannes suele ser siempre el espacio donde confluyen las propuestas más arriesgadas, y generalmente por este motivo las más satisfactorias, novedosas e interesantes, dentro del conjunto de festivales superpuestos que conforman ese total llamado Cannes. Los últimos años la Semana nos había acostumbrado muy bien, con un criterio y un gusto muy por encima de la Sección Oficial o de la Quincena de los Realizadores, a la hora de elegir el muy breve y selecto grupo de cortometrajes que ofrecen a concurso. No podemos decir lo mismo este año.
La querencia general por buscar películas de narrativas ambiguas y huidizas se ha precipitado hacia lo desconcertante en la mayor parte de los films seleccionados; y aunque en casi todos se pueden encontrar aspectos, momentos, ideas y recursos imaginativos y acertados, predomina también en muchos de ellos la sensación final de no haber entendido las intenciones de los autores con sus películas. La soledad, el desamparo y la zozobra vital y emocional planean sobre casi toda la selección como un hilo conductor común, pero más allá de ofrecer un retrato de estos sentimientos, a veces las películas tropiezan consigo mismas al quedarse en un paréntesis tan indeterminado como sus protagonistas; detenidas sin tener del todo claro qué dirección tomar. Un buen síntoma de esto es la cantidad de finales abiertos que estos films dejan.
Dentro de esta selección un tanto frustrante, no hay duda en conceder a Ektoras malo : I teleftea mera tis chronias, último trabajo de la griega Jacqueline Lentzou (Hiwa, La jalouise) el mérito de ser el mejor film de la competición, lo que le ha valido el Premio del Jurado. Ektoras… es un paso más dentro de la línea de trabajo que la cineasta lleva practicando desde hace ya tiempo, sorteando fronteras, géneros y estilos para redefinir un espacio propio entre lo real y lo ficticio. Su nuevo trabajo es etéreo y tranquilo, como su anterior Hiwa, e igualmente bien apuntalado sobre un fino trabajo desde la cámara.
Lentzou hace también un esfuerzo a la hora de dotar de mayor complejidad a su nuevo cortometraje y el resultado, aunque más logrado que otros de sus compañeros, sirve de perfecto ejemplo para ilustrar el denominador común que hemos definido para esta sección. Situada en las horas previas a la Nochevieja, Ektoras… erige el retrato de una chica que trata de digerir y compartir el desazón que le ha provocado el reciente divorcio de sus padres, sin que familiares, pareja o amigos muestren el más mínimo atisbo de interés o compasión. Así, deambula casi por inercia de extremo a extremo de un corto de tonos azulados y momentos sombríos, buscando un mínimo de afecto y comprensión, pero el único punto de apoyo que obtiene es su enorme perro blanco, que acaba asumiendo un significado metafórico. El último plano muestra de manera discreta y sencilla, a través del animal, el despertar de ese limbo noctámbulo por el que la protagonista viaja a lo largo del film y una aceptación de su nuevo status personal.
El otro corto destacado del concurso fue Rapaz, producción chilena dirigida por Felipe Gálvez, un joven cineasta chileno a quien, a pesar de que se le aprecian detalles propios de una opera prima, también se le puede reconocer ya personalidad y talento.
Rapaz es una historia sencilla bien tratada y desarrollada, por mucho que en determinados momentos se escore hacia el estereotipo o se estire un poquito más de la cuenta. Como el anterior caso, aquí también encontramos un solapamiento entre la ficción y el documental, menos sutil, pero muy justificado. Incluso el director adopta un formato vertical que remite a los teléfonos móviles para acentuar una puesta en escena casual, por mucho que estemos ante una ficción evidente. El corto plantea fundamentalmente una situación, la detención popular del supuesto ladrón de un teléfono móvil en un autobús, que va progresando en el espacio de tiempo en que llega la policía. Esta pequeña anécdota es manejada con habilidad, acumulando personajes que van intensificando el nivel de violencia hacia el posible ladrón hasta llegar casi a poner en juego un auténtico linchamiento. La excusa sirve a Gálvez para ejecutar un retrato crudo sobre la sociedad actual, traspasando los límites de lo local, y para mostrar el odio, la agresividad y el fascismo latente, puntuando también de paso la falsa moral y la hipocresía, pues en tanto que la clase popular se ensaña con el joven detenido, el otro personaje central perpetra una estafa piramidal, una especie de delincuencia de guante blanco, que queda oculta y es ajena a todo el grupo de personas que se arremolina alrededor del espectáculo que se organiza en la calle.
Como análisis y crítica sociológico, Rapaz funciona sin fisuras (aún con los defectos comentados), y tiene en su capacidad para suscitar numerosos debates y reflejar no pocos aspectos comunes y populares una de sus principales bazas.
El resto de la competición bascula entre lo fallido y lo logrado, siendo Amor, Avenidas Novas (Duarte Coimbra. Portugal, 2018) un corto estimable, amable y hasta simpático, que además parece venir a cubrir la cuota de cine portugués que desde hace un tiempo parece inevitable en cualquier festival que se precie (motivos no falta, por otra parte).
Amor, Avenidas Novas es también un trabajo de escuela y tal vez por ello poseedor de algunas ingenuidades e irregularidades (del todo perdonables). Pero lo que más llama la atención es que es fresco y ameno. Su hilo conductor es el viaje de ida y vuelta de su protagonista atravesando la ciudad con un par de colchones, momento aprovechado para reflexionar sobre la soledad, el amor, el desamor y también sobre el proceso de hacerse un poco mayor. Un planteamiento a priori muy clásico, pero que tiene momentos que, cual hallazgos, cogen por sorpresa al espectador: la tienda de colchones nuevos que mostrada casi como un sueño o un ideal para el protagonista (con su evidente sentido metafórico); la irrupción en una película amena (una comedia musical, como no) y la conversación con la chica de producción; o el desenlace que arranca con una conversación con su madre.
Profundamente portuguesa, pero también con algo de cine moderno (desde la Nouvelle vague hasta los cines del Este de los 60), Amor, Avenidas Novas supera sus lastres y, sin ser una cinta del todo redonda, permite disfrutar de un lado un poco más amable y luminoso que el que el cine luso suele transitar.
Mucho más irregulares resultan los retratos de hijos de padres alcohólicos que sueñan con la huida, geográfica en caso del demasiado normal Nomal (Borodin. Rusia, 2018) o interior a través del disfraz que propone Tiikeri (Mikko Myllylahti. Finlandia, 2018), un corto con buenas ideas, pero también muy superficial y a veces inconsistente. Tampoco logra ser del todo satisfactorio el curioso La persistente (Camile Luganos. Francia, 2018), concesión de la Semana al cine de género mediante una especie de thriller/film fantástico/de terror/ y western moderno de moteros con toques de Stephen King (Christine, por ejemplo), pero todo ello pasado por el cine francés… Como se puede entrever, un batiburrillo que si bien tiene su trabajo en lo visual, no sabe bien uno a dónde nos quiere llevar. Su mayor defecto es esa mezcla de tonos y estilos que empañan un poco el aire trahs/serie Z que podría tener. Y no mucho mejor paradas salen tampoco las otras dos cintas francesas de la selección, la correcta Pauline asservie (Charline Bourgeois-Tacquet, 2018) y la excesivamente hermética Un jour de mariage (Elias Belkeddar, 2018).
Como hemos dicho, la Semana de la Crítica lució un poco menos que en otras ediciones, pero lo más curioso es que tres de los mejores trabajos fueron presentados fuera de concurso: La chute (Boris Labbé. Francia, 2018), Third kind (Yorgos Zois. Grecia, Croacia, 2018) y Ultra pulpe (Bertrand Mandico. Francia, 2018). Tres interesantes obras de las que hablaremos con más detenimiento y que sin duda habrían logrado estimular un poco más el concurso.
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