«El mundo está hecho de plantas unidas por escaleras. Las plantas están hechas de habitaciones unidas por pasillos. Y todas las plantas, eso forma el mundo». Con esta aparentemente sencilla y pueril definición de la realidad que nos rodea comienza el cortometraje más reciente del realizador belga Sacha Feiner: Dernière porte au sud. Basado en el cómic de Philippe Foerster, el relato explora las terribles consecuencias de una educación represora. A medio camino entre la denuncia, el terror y el miedo a lo desconocido, Feiner se adentra en un universo monocromático con multitud de reminiscencias a la alegoría de la caverna de Platón. Sin embargo, también nos ofrece una reflexión sobre “el otro”, sobre un entorno ajeno del que muchas veces nos alejamos por ignorancia, rechazo o miedo.
El otro, en el caso concreto que nos ocupa, se presenta bajo la forma de un niño de dos cabezas que vive en un edificio deshabitado junto a su estricta madre. En este microcosmos asfixiante, el pequeño da rienda suelta a su imaginación explorando puerta a puerta “el mundo”. Es justamente en esta inspección de lo circundante donde se desarrolla la reflexión del director sobre nuestra propia existencia, al denunciar los peligros e incongruencias de un sistema basado en la imposición y la ocultación. Con un uso del lenguaje parecido al empleado por Yorgos Lanthimos en Canino, aunque sin llegar a sus extremos, o a la neolengua de Georges Orwell en 1984, “el papá”, “la luz” y “el cielo” se convierten en los elementos principales en los que el joven protagonista se apoyará para intentar interpretar su mundo; con secuelas similares a los de los discursos narrativos ya citados.
Ganador del Premio a la Mejor Animación de Clermont-Ferrand 2016 y Premio del Jurado en el Festival de Namur, Dernière porte au sud asimismo destaca por su cuidada producción y ejecución. Después de descartar la animación en 3D y el stop-motion, Feiner optó por una técnica diferente para dotar de mayor fluidez al movimiento de sus personajes. Creado originalmente para Alien 3 de David Fincher, el método combina marionetas animadas en tiempo real sobre un croma y escenarios integrados posteriormente por ordenador. Con el nombre de «Bambi Burster», el sistema copia el estilo del bunraku – el teatro tradicional de marionetas japonés-, donde tres operadores insuflan movimiento a las diferentes extremidades del personaje. Como resultado, el cineasta nos ofrece una cuidada interacción entre el protagonista y su segunda cabeza, Toto, y crea un espacio en miniatura absorbente e hipnótico.
Para dotar de una mayor fuerza dramática a este opresivo ambiente, Sacha Feiner apuesta por el uso de la paleta cromática como herramienta de base. De este modo, el uso del blanco y negro entabla una relación directa con la idea de Platón de que lo que el hombre ve son sombras proyectadas de un mundo que no está al alcance de su mirada; aunque en la realidad pergeñada por Feiner la recuperación de los colores puede tener connotaciones aún más terroríficas. Únicamente guiados por la dubitativa voz de su protagonista -al que da vida el magnífico intérprete de 8 años Aaron Duquaine-, los espectadores descubrirán las reglas de este reducido espacio a medida que el propio mundo cinematográfico es explorado y sus atrocidades son reveladas. Con reminiscencias al terror clásico y al expresionismo, fuentes de las que ya bebía el relato original, Dernière porte au sud se interroga sobre la infancia, la pérdida de la inocencia y el rechazo; y supone la confirmación de Feiner como uno de los nuevos valores de la animación belga.
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