Un ejercicio, realmente enriquecedor, en cuanto a la discusión crítica se refiere, es escoger dos obras de un mismo autor e intentar dilucidar las claves de su proceso creativo. Desde esta perspectiva, nos acercamos a la filmografía del director colombiano Iván D. Gaona, concretamente a sus dos últimos cortometrajes: Los retratos, Premio Especial del Jurado en el Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias 2012 – aprovechamos la ocasión para anunciar su próxima participación en el Festival Internacional de Cine de Huesca – y El tiple, Primer Premio en dicho festival en 2013. El cortometrajista latinoamericano nos muestra, en estas dos obras, dos momentos puntuales en la vida de Verónica y Pastor, una pareja de ancianos entrañables, anclados en sus tradiciones pero porosos a lo que ocurre a su alrededor.
Los retratos
En Los retratos Verónica conseguirá en una rifa del mercado una Polaroid, que acabará incrustándose en su día a día, provocando una nueva forma de visionar su cotidianidad y la de su marido. En su siguiente cortometraje, El tiple, la enfermedad de Verónica condicionará a Pastor a la búsqueda inminente de dinero para su cura. Empeñar su tiple (una especie de guitarra colombiana), que le ha acompañado durante 40 años, parece ser la única solución.
Los retratos no sólo le sirve al director colombiano como presentación de los protagonistas, sino que de una manera realmente virtuosa va a desgranar la aparente simpleza de la personalidad de Verónica. Por el contrario en El tiple Verónica pasará a ser un personaje secundario para dar todo el protagonismo a Pastor, encontrando en este corto las claves para entender un poco mejor la complejidad del personaje, yendo más allá de esa primera toma de contacto que habíamos tenido en Los retratos.
En los dos films los protagonistas de la acción son retratados a base de pinceladas cortas y empastadas, dando una visión impresionista del momento narrado. En los primeros minutos de Los retratos se revela, a través de una serie de matices certeros, la psicología de los personajes: la candidez de Verónica en el momento de la rifa, la inocencia de Pastor al contemplar por primera vez la cámara o la generosidad de los vecinos de la pareja de ancianos, que se prestan gustosos a ayudarles en lo que les pidan; y aunque en El tiple la personalidad de los secundarios se diluye de una manera más evidente, la potencia con la que encara Gaona la construcción del personaje de Pastor compensa el vacío generado por el resto de personajes. Si a esto le añadimos que el matrimonio está actuando de sí mismo, ya que, como comenta el director: “Se fueron a buscar una pareja de abuelos que llevaran una vida similar a la escrita en el guión”, hay que valorar doblemente la acción. Por un lado, la del director, que sabe colocarse en el ángulo preciso para extraer la historia, sin interrumpir su desarrollo natural; y por otro, sin duda, la labor de Verónica y Pastor, que encajan con precisión cartesiana su actuación en el ángulo descrito, sin caer en manierismo o acartonamiento en su actuación.
En los dos cortometrajes un objeto será el motor dinamizador de la acción, en el corto del 2012 será una cámara Polaroid y en el de 2013 un tiple, interesante concomitancia si tenemos en cuenta el tema a tratar en cada una de las cintas. En Los retratos el aparato fotográfico servirá para abrir una ventana conjunta hacia el futuro en las vidas de sus protagonistas; en cambio en El tiple, el instrumento musical enraizará, más si cabe, a los personajes a su pasado.
Verónica, al conseguir la Polaroid en el mercado, un ambiente a priori más permeable a novedades, y llevársela a su casa anclada en un pasado remoto, activa una serie de mecanismos propios del ser humano, muy difíciles de transmitir a través de imágenes, pero que sin embargo Gaona describe de un modo natural y fluido dejando al voyeur-espectador con ganas de ver más. Por su parte, la relación que tiene Pastor con su tiple no puede dejar indiferente al público que la visione. El tiple es mucho más que un instrumento de música. El desasosiego que invade a Pastor por su hipotética pérdida irrecuperable, es digna de mención, por un momento parece que esos cuarenta años que llevan juntos, el tiple y él, caen sobre sus hombros aplastándole anímicamente, casi igual que si hubiera perdido a Verónica.
Sin lugar a dudas, Gaona consigue en sus dos films aunar el pasado, el presente y el futuro, de una manera novedosa y estimulante, aportando una depuración al relato que lejos de simplificarlo, lo hace más rico y complejo. Charles Baudelaire, al referirse a la novedosa fotografía en el siglo XIX, aludía que ésta siempre estaría bien empleada si se dedicaba a salvar del olvido «a aquellos elementos inertes, propios de la época, ruinas colgantes, libros o estampas, pero ¡ay de aquel¡ que le dejara invadir el terreno de lo impalpable o de lo imaginable, es decir, aquello que vale porque el hombre le añade su alma». Verónica en Los retratos demuestra que esto no es así, y que las fotografías pueden recoger ese espíritu inmaterial que envuelve al ser humano, pero Gaona va más allá y, a través de sus cortometrajes, precisamente corrobora que algo tan etéreo como la esencia fílmica se puede llegar a atrapar a través de la depuración de imágenes en movimiento.
Distribuido por La banda del carro rojo
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