La norteamericana Zia Anger tiene una filmografía no muy extensa y sin embargo ha demostrado tal personalidad en su breve carrera que ya se la considera una de las nuevas caras visibles y prometedoras del cine ‘indie’ estadounidense.
Un estilo posiblemente aún en proceso de definición pero que apunta distintas e importantes señas de identidad, de las que podría destacarse, tras su corto My last film, su inclinación a contar las cosas de otra forma, rompiendo la norma tradicional de los tres o los cinco actos.
En este sentido cabe decir que Zia Anger se ha proclamado profundamente feminista en diversas ocasiones. Esto es relevante ya que la hemeroteca nos desvela que la joven directora se identifica con la teoría del film abanderada por Maya Deren, en la que la experiencia vertical y poética puede significar un acercamiento más profundo a lo femenino que la experiencia lineal y aristotélica, la cual Anger califica de eminentemente masculina y, por supuesto, más tradicional.
Con esta premisa intelectual se ha formado su último corto de ficción, My last film, estrenado el año pasado, en la que recurre a un díptico original, protagonizada cada parte por dos mujeres muy distintas, con dos historias confrontadas, y cuyo nexo de unión será el cine y el humor negro que confluirán con un mensaje muy definido. Un humor negro, hilarante y sorprendente el de My last film, que esta crítica no pretende desvelar en exceso para que aquel que aún no haya visto el cortometraje pueda saborear los giros del guión, sabedora de que quien sí lo haya visto, la deliberada omisión le hará sonreír sin duda.
Lo que es obligado mencionar es la valentía de Zia Anger, siendo una cara prometedora del nuevo cine independiente, de usar su humor negro para arremeter contra el negocio del cine, contra todo el negocio del cine, incluyendo el denominado cine ‘indie’, que también se maneja bajo las premisas capitalistas, capitulando bajo estas mismas a pesar de presumir de lo contrario.
Pero la exposición sangrante de esta rendición de la industria cinematográfica, cualquiera que sea su denominación o tendencia, no impide que la directora empatice con el mundo femenino. Y para ello se vale en la primera historia de una joven actriz que comparte con una amiga, en plena calle, su frustración y sus dificultades para desarrollar su carrera antes de que el humor negro de Anger se abalance sobre ella de modo surreal y violento. En la segunda parte del díptico será una actriz más madura y a vueltas con todo, interpretada por Rosanna Arquette, quien en un entorno opulento y casi podríamos decir de intimismo hollywodiense, nos relatará una historia de amor truculenta y sórdida cuyo desenlace no dejará indiferente a nadie.
Anger ofrece unas imágenes llenas de emoción, con una gramática visual muy definida, que mediante la sonrisa y la carcajada más negras denuncia el tortuoso e inhumano camino que han de recorrer los involucrados en la industria del cine pero que, de modo más contundente, se ceba con las mujeres, con las actrices en este caso, sean jóvenes o maduras.
Un cortometraje absolutamente recomendable por su valentía al arremeter contra la hipocresía que en demasiadas ocasiones ‘el indie’ exhibe y que no todo el mundo se atreve a decir en voz alta; recomendable por su feminismo natural, sutil pero contundente; y recomendable porque Zia Anger promete seguir evolucionando sobre una base original y femenina, con personalidad propia y honestidad intelectual, no siempre al servicio de la narrativa más tradicional, y con una creatividad en crecimiento, si a sus anteriores cortos Lover Boy (2009) y I remember nothing (2015) nos remitimos. Tras My last film, pronto estrenará el corto documental Two Before y el largometraje, aún en fase de postproducción, Always all ways, Anne Marie. Sin duda Anger está en un punto de inflexión en su carrera cuyo desenlace no aventuro como el de My last film, en ninguna de sus formas. Ni en sentido figurado, ni por supuesto en sentido literal. Afortunadamente para Anger y su público.
All comments (0)