Un nuevo proyecto de Álex Montoya siempre despierta expectación en el panorama del cortometraje nacional. El director, guionista y productor de cortometrajes tan reconocidos como Lucas (2012), Biznaga de Plata de Málaga en 2012, o Cómo conocí a tu padre (2008), Mención de Honor a mejor corto en el Festival de Sundance en 2009, y con más de 140 premios a su espalda en sus catorce films, estrena Vampiro.
La historia que nos trae esta vez arranca con un guionista, Luis, en busca de documentación para su próxima película, para ello contratará los servicios de una prostituta de carretera, Irene, a la que someterá a una serie de preguntas con dudosa intencionalidad.
Una lúcida dirección de actores sumada a una soberbia interpretación por parte de Irene Anula, habitual en los films de Álex Montoya, y de Jorge Cabrera, dan como resultado la recreación de un ambiente claustrofóbico, difícil de definir. Nos encontramos en la periferia de una carretera desconocida, al aire libre, incluso la vegetación rodea a los protagonistas de la historia, pero al espectador poco a poco le va faltando el aire, la incomodidad entre los protagonistas cada vez se hace más notoria y se transmite de una forma directa al otro lado de la pantalla.
El cineasta valenciano es un especialista en mostrarnos en sus trabajos universos atípicos, dentro de la cotidianidad de nuestras vidas. Dirige la mirada hacia ángulos que normalmente no se quieren ver. En los tiempos que corren, tal vez, se cae en demasiadas ocasiones en el tópico hedonista de que el arte – en este caso el cinematográfico -, lo que debe mostrar es el lado más amable de la vida, como válvula de escape de la cruda realidad, dejando al margen las distorsiones, en algunas ocasiones macabras, de la misma. Pero de lo que no cabe duda es que existen, y que no todo el mundo se acerca a estos límites entre el bien y el mal, de una forma tan desnuda pero a la vez estética como lo hace Álex Montoya.
En Vampiro juega con los rasgos vampíricos, en un contexto que descoloca a priori, pero que poco a poco y a medida que va avanzando la trama, vamos tomando conciencia de la metáfora que engloba todo lo que hasta ese momento hemos visionado. El Vampiro que se nos retrata es un vampiro actual, que ya no te chupa la sangre, sino que te roba la energía. Resulta verdaderamente interesante cómo el creador valenciano revisita lugares comunes, ya abordados en sus anteriores cortometrajes, como el mundo de la prostitución de Marina (2010), las falsas apariencias de Maquillaje (2011), la tensión sensorial de El punto ciego (2005) o la ruptura de normas de Lucas, pero con la experiencia de un director curtido en mil batallas que sabe lo que quiere, y lo más difícil, lo consigue transmitir a partir de su mundo particular.
No cabe duda, una vez más, de que estamos ante uno de los maestros en tratar, de forma natural y valiente, temas espinosos, utilizando un estilo visual brillante y colorista, marcada seña de identidad de toda su cinematografía. Recorriendo distintos festivales como el de Gijón, auguramos al nuevo cortometraje del veterano autor un largo y prolífico recorrido por las pantallas de medio mundo.
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