En un delicado momento de la magnífica película de David Lynch The Straight Story (Una historia verdadera, 1999) su anciano protagonista, Alvin Straight, al ser preguntado, aseguraba a un grupo de jóvenes que lo peor de hacerse viejo es recordar cuando uno era joven.
Yo no soy de aquí/I’m not from here, el documental que nos ocupa, parece querer dar la razón al viejo Alvin y desarrolla sutilmente esa idea a través del rostro y la voz de Josebe, una anciana nacida en Rentería que, en tiempos de la guerra civil española, emigró a Chile para casarse con su novio, huido a ese país sudamericano.
Josebe sigue viviendo en Chile, ahora en una residencia para la tercera edad. En su desubicación y desmemoria, Josebe ha retrocedido a su niñez. En sus conversaciones con otros ancianos desvía siempre la atención hacia el pueblo donde nació. Aún guarda alguna fotografía de aquel tiempo lejano. Ella es vasca, no española o chilena, y proclama bien alto que habla en vasco con sus padres y hermanos. La pertenencia a ese trozo de tierra la mantiene despierta la mayor parte del tiempo y la enfrenta, en ocasiones, a la incomprensión de sus compañeros de asilo. El resto de las horas las envuelve en el silencio que domina las diferentes estancias del edificio.
Sesterce d’Or al Mejor Cortometraje en Visions du Réel, nominado a los Premios EFA a propuesta del Festival de Krakow y Premio del Público en DocumentaMadrid 2016, el documental de las directoras Maite Alberdi y Giedrè Žickytė posee, entre otros aciertos, un tono ralentizado como uno imagina que debe ser la propia vejez y una esencia, desoladora y cruel, que huye, afortunadamente, de la cargante sensiblería que asola este tipo de trabajos. No en vano, dos de los momentos más logrados del cortometraje discurren por una senda de aguzada comicidad que, dado el tema, se agradece soberanamente.
La verdad, como reclamo, no necesita de grandes artificios técnicos. Basta con saber mirar. Mediante un modelo de planificación estático, la cámara se sitúa en lugares clave para dar testimonio, para abarcar el espacio angustioso de la vejez o para definirlo a través de una fotografía, una sombra en la pared, un número de teléfono en un papel doblado. Intervenir no es su cometido. Así, el espectador asiste a lo que, probablemente, es un día cualquiera en la vida actual de Josebe. Y como tal, la jornada acaba. Un último intento de dejar la casa, en mitad de la noche, esperando un coche que no llegará. La puerta se cierra y vuelta a empezar.
En la mente cansada de Josebe, Euskadi será ya siempre el pasado, pero de forma más cruenta también el presente.
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