Año tras año, Rotterdam va radicalizando su propuesta hasta convertirse este año en uno de los festivales de cine más vanguardistas de Europa, en una senda que le va acercando a Oberhausen. Este viraje tiene su lado bueno y algunas críticas, pero en su conjunto terminan por definir más claramente la personalidad del festival holandés. En la parte más positiva, Rotterdam es un festival en continua evolución, alérgico al conformismo y siempre lleno de contenidos sugestivos y retadores; en resumen, un festival vivo que persigue transitar la senda de las últimas mutaciones del lenguaje audiovisual, sean estas la experimentación conceptual, el vídeo-arte o los retruques del arte de la narración.
Esta concepción del festival queda perfectamente representada en su palmarés, compuesto de tres premios que no responden a ninguna jerarquía, sino que comparten por igual la gloria y el mérito, y que en este caso ha favorecido a la vertiente más narrativa de la selección. Un palmarés que sirve además para reflejar la pluralidad del festival a la hora de estar atento a las creaciones de todos los rincones del mundo. En esta última edición, los laureles se los han llevado la coproducción entre Reino Unido y Líbano Rubbed coated steel, de Lawrence Abu Hamdan, la cinta hindú Sakhisona, de Prantik Basu, y el corto colombiano-suizo El cuento de Antonia, de Jorge Cadena.

Sakhisona, de Prantik Basu
Los tres cortos tienen en común, como decíamos, estar más apegados a los formatos narrativos que otros cortos de la competición, más conceptuales o abstractos. Aún así, cada uno de ellos supone también un desafío a las leyes tradicionales de la narración, exigiendo al espectador una cierta apertura de miras y su deseo por dejarse arrastrar a continentes difusos que le van a exigir un pequeño aporte imaginativo.
De las tres películas, Sakhisona es la más resuelta y fuerte. Aunque su propuesta parezca asomarse más a narrativas clásicas, solo es una apariencia, y en todo momento estamos ante un corto moderno, pero que bebe de las fuentes de los cuentos y las fantasías tradicionales. Sakhisona impone una extrema depuración de las leyendas populares hasta hundirse de lleno en campos místicos, sirviéndose de una planificación pulcra, pausada y muy estilizada, que logra, sin ningún tipo de efecto especial más allá del encadenado, componer una preciosa historia fantástica.
El cuento de Antonia también parte de la premisa fantástica para luego decantarse por un realismo entre mágico y estilizado, que sirve para poner al espectador en el punto de vista de su protagonista, una niña que acaba de hacer la Primera Comunión, y que comienza su tránsito de la infancia a la adolescencia. Este viaje de crecimiento es también una toma de conciencia de la pobreza y miseria en que viven los habitantes de su familia y su comunidad, y funciona al respecto con un retrato ácido de la Colombia más desfavorecida. Un atractivo trabajo, pero que no llega a la bella sublimación de Sakhisona.
El terceto se completa con Rubbed coated steel, interesante documental donde Lawrence Abu Hamdan se sirve de un pabellón de tiro al blanco para ofrecer al espectador distintas fotografías y pruebas de un juicio en Israel, donde se acusa al ejército de usar balas reales en lugar de balas de goma para dispersar una manifestación de palestinos desarmados, que tuvo como consecuencia la muerte de dos menores. Sobre estas imágenes, se va superponiendo en forma de subtítulos la transcripción del juicio.
Lawrence Abu Hamdan perpetra sin duda un trabajo original y valiente, que apuesta fuertemente por un dispositivo narrativo también muy escueto y se mantiene fiel a él a pesar del posible rechazo que pueda causarle a parte de la audiencia por su monotonía. Sin embargo, la propuesta funciona bastante bien, en parte por el interés intrínseco de la historia, y el corto resulta superar al final el estricto corsé narrativo que se ha impuesto.
Dentro de las propuestas más narrativas de la competición de Rotterdam, cabe mencionar el casi impresionista Nyo Vweta Nafta (Ico Costa. Portugal, Mozambique 2017), espléndido retrato huidizo de la juventud mozambiqueña, que actúa en el fondo como retrato de una África (falsamente) postcolonial donde sus habitantes casi globalizaos aspiran a alcanzar las quimeras del capitalismo occidental (dinero, coches, relojes, ropas de marca, casas de ladrillo…).
En la vertiente más abstracta brillaron On Generation and Corruption (Takashi Makino. Japón, 2017) y Deletion (Esther Urlus. Holanda 2017), dos cortos hermanados, que parten del negro para ir orquestando una progresión de partículas de luz que nos hacen viajar de la oscuridad a la luminosidad para regresar de nuevo al origen, acompañados de una banda sonora que también va puntuando (una desde el conceptismo, otra mediante el ruido blanco) este desarrollo. Y también el hipnótico Fuddy Duddy (Siegfried A. Fruhauf. Austria, 2016), donde el artista austriaco recurre a composiciones basadas en tramas de mallas y parrillas para tratar de sintetizar un orden geométrico de la realidad, y que también propone un viaje del negro al blanco y de regreso a la oscuridad.
Fuddy Daddy, de Siegfried A. Fruhauf
Por último, no debe dejar de citarse tres trabajos conceptuales, cercanos a veces al vídeo-arte o a la video-instalación, que también sirven para caracterizar una de las últimas tendencias de Rotterdam. Tres cortos que además tienen en común el tener por objeto una reflexión sobre el paisaje: Meridian Plain, donde la estadounidense Laura Kraning construye un paisaje único y postapocalíptico a partir de la unión de centenares de imágenes encontradas, con las que va creando no sólo un entorno, sino también un ritmo; As without so within, de la mexicana Manuela de Laborde, que propone una reflexión materialista de la imagen cinematográfica para crear con sus planos esculturas abstractas de luz y color; y Fajr, último trabajo del laureado Lois Patiño, donde interpreta el desierto y el silencio como meditación trascendental sobre el espíritu y el tiempo.
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