Las huellas de lo que ha sido, de lo que desaparece. Reminiscencias, temblores en la pantalla, ecos de fantasmas. Unas botas rojas, un local vacío que se vende, ataúdes. Los encuadres en los documentales de Jorge Tur Moltó se dilatan, como si el cineasta catalán intentara evitar que el momento se desvaneciera, que algo terminara, sea un amor, una actitud (que representó una época, o lo posible, cuando triunfaba el grupo Cicatriz) o la misma vida. Sus encuadres son también escenarios, insinúan la hendidura de un fuera de campo, de una inevitable desaparición. Hay figuras que salen y entran, que ya no están, hay fugas, como la del tiempo. Son encuadres que parece que buscaran apresar la vida con sus medidas composiciones, como tiralíneas que intentaran impedir esas filtraciones. Las botas rojas son la ilusión de permanencia, o su anhelo, la imagen que se desvanece, o el cuerpo que se convierte en fantasma, desterrado a la evocación.
Diario ruso
Diario ruso (2011) es un viaje que es despedida, la de una relación sentimental que ya se anuncia que termina al iniciar el viaje. Es el relato de una agonía, de una extinción, que deriva, o se transforma, en una insurgente celebración de vida. Los ojos parece que se abrieran hasta quebrar los límites del párpado, para captar los instantes, su fulgor, su inmensidad, como si pugnaran por captar su excepcionalidad. No son encuadres intercambiables, son piezas de un conjunto, pero tienen su vida propia, sea una pareja cogiendo trozos de hielo del río, o unos patos deslizándose entre los bloques de hielo. La narración es el denodado intento de conjurar lo inexorable, que el hielo se cierre sobre las aguas como una capa que imposibilitara el seguir sumergido en una experiencia que no tiene parangón, una relación amorosa cuando fluye armoniosa. Pero su esplendor ya finalizó, aunque aún brille el rojo de las botas en la oscuridad.
Si yo fuera tú, me gustarían los Cicatriz
En Si yo fuera tú, me gustarían los Cicatriz (2010), un local vacío que se vende es la sombría huella de un tiempo, de una actitud, que se perdió, allá en los primeros años de la transición. Un momento de promesa de transformación, de superación, que se desvaneció, como un amago que no se realiza en acto. Por eso, la única evocación de aquellos tiempos exultantes, lo que se añora, una actuación de Cicatriz, parece la irrupción de un fantasma. No hay sonido, sólo silencio, porque aquella actitud no tiene ya voz en nuestros días. Se perdió. La cámara se centra en los espacios o, en un larguísimo plano, en uno de los supervivientes, bajista en el álbum en directo. Un plano que también vibra con el rojo del espacio, el de la pintura de la pared en un local que estuvo en boga durante aquellos años; un plano hecho de lleno, el que evoca, y el vacío, lo que ya no está. La duración se tensa, como si se creara un diálogo entre el vacío y el lleno, un diálogo abocado al silencio, al requiem fúnebre, aunque aún palpite en la evocación un mordisco de vida. Quedan las huellas de una representación, los escenarios vacíos (la calle deshabitada mientras una voz evoca los garitos de entonces), las taquillas, la mirada que busca desde la distancia, o que se ha quedado ya en bambalinas, en los márgenes, las difuminadas sombras de lo que quizá fuera real o representación (¿la Lola de una de sus canciones-himno estaba inspirada en alguien real o era un personaje, o una combinación?). Las incógnitas siempre quedan, al menos en penumbras, para perfilar la leyenda, la leyenda de una actitud.
De función
En De función (2006), la cámara se mantiene en el plano general mientras encuadra los procesos y las rutinas, las descargas de ataúdes, o cómo maquillan y visten a los cadáveres, en la última representación, en un último ritual. La mirada mantiene la distancia, el encuadre no interfiere, no se fragmenta. Se resalta el atrezzo, los contenedores de los cuerpos, el lugar de un tránsito en el que ya no se está presente. El tiempo se cuela como desperdicio: La conversación de los trabajadores sobre una sacrificada, o subordinada, vida de cotización para morir poco después de jubilarte, a los 65 (ya que parece la media de edad de los cadáveres que traen). La interrogación se convierte en un abrasivo fuera de campo que incendia una evidencia: ¿Para qué vivimos una vida en la que estamos ausentes? Vives en un escenario, sin saber que lo es, esperando poder vivir, y te mueres. Funcionarios de la vida: cumples una función, actúas en una función. Y una funeraria es la última representación aunque no tengas líneas de diálogo; eres un objeto, un modelo, un maniquí, eres parte del atrezzo, materia de artistas, reflejo para las vidas de otros. Los actores entran y salen del encuadre, como en la vida, porque los encuadres no pueden durar siempre. Siempre hay un corte de plano. Un día el local ya no está animado, se vende. Un día ya no ves las botas rojas, te abandona quien amabas. Un día ya no respiras, estás muerto.
Ja arriba el temps de remenar les cireres
Aunque quizá, como en Castillo (2009), en este extraño escenario que es la vida, en el que no sabes cuándo estás dentro o fuera de un escenario, o de un sanatorio mental, quizá logres aprender las líneas de diálogo de quien no eres pero también puedes ser, un presentador de televisión, y además decirlas con fluidez, con naturalidad, como si fueran propias. Ya es todo un logro. Porque realmente podríamos ser muchos, no quedarnos atrapados en la función designada. E incluso, esas palabras que haces tuyas, esa voluntad que es propia, esa actitud que te singulariza, la puedes desenvainar disidente, como insignia de combate, para dejar constancia de que no estás conforme con cómo se configura y constituye el plano de la vida. Y sales a la calle, como refleja Ja arriba el temps de remenar les cireres (2012), y te manifiestas ante el edificio de La bolsa, en Barcelona, para agitar las cerezas, para sacudir el árbol de quienes pretenden dirigir la película de la sociedad. Porque no hay que dejar que las huellas sean los rastros de las pisadas de los que nos consideran unas figuras borrosas en un permanente fuera de campo. No podemos permitir que consigan hacernos desaparecer.
Todos los cortos reseñados de Jorge Tur (excepto Castillo) están a disposición del público en PLAT, Plataforma de Difusión e Investigación Audiovisual.
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