Es cierto que no hemos podido ver algún que otro título señero, como es el caso de La lotta, cortometraje del a estas alturas venerable Marco Bellocchio (su primera película es de 1961; un poco más y alcanza a Polanski). Pero, a tenor de lo visto, la Quincena 2018 ha ofrecido buenos cortos aislados (alguno espléndido, como veremos) pero también la sensación global de que esas juventud, frescura, compromiso y desprejuicio se han convertido en simples marcas comerciales, en reglas no escritas para aquello que nunca debería estar reglado.
¿Qué hacen aquí Swaef y Roels?
Imagino que a muchos lectores no les suenan demasiado los apellidos que protagonizan el titular inmediatamente superior. Pero lo cierto es que muy pronto sonarán por todas partes. Emma de Swaef y Marc James Roels son los autores del extraordinario Oh, willy…: allá por 2012, su asombroso mundo de fieltro cautivó a todos aquellos que tuvieron la inmensa suerte de descubrirlo. Con este nuevo trabajo, Ce magnifique gateau! (Francia-Países Bajos), Swaef y Roels se establecen, definitivamente, como los nuevos grandes de la animación mundial, a la altura de un Driessen, un Servais, un Miyazaki.
No vamos a profundizar en Ce magnifique gateau!, porque llegado el momento recibirá el espacio que merece en Cortosfera. Solo tres consideraciones. Una. El nuevo Swaef & Roels no tenía mucho sentido en una competición como la Quincena: no es un trabajo joven, sino intemporal; no es fresco, sino exquisito; no es comprometido, pues aunque esconde un comentario sobre el colonialismo su prioridad es la fantasía; y no es desprejuiciado, sino que está más allá del juicio, la norma, la razón. Dos. La superioridad de Swaef & Roels era manifiesta respecto al resto de sus competidores, y resulta inaudito que no recibiera el galardón.
Y tres. El nuevo Swaef & Roels es imperfecto, fragmentos algo planos se alternan con otros sencillamente inolvidables. Pero supone la consolidación de un mundo propio, un universo orgánico que armoniza la realidad, el cuento y el sueño, conformado por imágenes que parecen inspiradas en el animismo y el panteísmo pero que no acaban ahí, pues despiertan sugerencias inagotables. Ce magnifique gateau! podrá gustar más o menos, irritar, fascinar o las dos cosas, pero lo que hace el dúo Swaef & Roels no lo hace nadie.
El Premio Illy y otros trabajos
El Premio Illy, Skip day de Ivete Lucas y Patrick Bresnan (EEUU-GB), no merece la humillación de ser comparado con Ce magnifique gateau!, ya que se trata de un buen corto documental, por momentos brillante, digno de la mejor consideración. Los directores retratan a un grupo de jóvenes negros de Florida, que se reúnen al día siguiente de su graduación para ir a la playa. Día libre para celebrar que ya son adultos y para trazar planes de futuro, pareja y universidad.

Skip day, de Ivete Lucas y Patrick Bresnan
Las imágenes de una playa de Florida no podían ser sino gentiles, casi paradisíacas, pero Lucas y Bresnan observan con atención, y descubren que el supuesto paraíso es una impostura. La alegría de los jóvenes negros contrasta con la actitud despectiva, por no decir insolente, de los blancos, que en todo momento se comportan como si dijeran «la playa es mía». No por ello los directores cargan las tintas en el retrato de los WASP, simplemente se limitan a mostrar lo que ven, si bien hay algún momento que es para verlo y no creerlo. Así, Skip day muestra con inteligencia cómo los sueños de la joven comunidad negra no tardarán en encontrarse cara a cara con la prepotencia blanca, simbolizada en esos rascacielos casi a pie de playa que parecen gigantes devoradores de sueños e inocencia.
Llegados a este punto, el nivel de la Quincena empieza a descender. De todos modos, no quisiera dejar de reseñar dos cortos de lo más estimable. ambos franceses: Basses y Las Cruces.
Basses de Félix Imbert (Francia) es el relato naturalista de la amistad de dos jóvenes: uno de ellos ha estado ingresado en el psiquiátrico por cometer una animalada contra su hermana de seis años. Basses sigue a los dos amigos a lo largo de su recorrido nocturno, hasta que el otro se atreve a preguntarle por qué hizo lo que hizo. Entre medias, la tradicional capacidad del corto francés para describir la desorientación juvenil, para dirigir a sus jóvenes actores, para retratar los ambientes con sorprendente verismo (las escenas en el garito o en el interior del coche son ejemplares). Lo hemos visto otras veces y Basses no añade nada nuevo, pero siempre resulta estimulante volver a verlo.

Grabación de Las Cruces, de Nicolas Boone
La convulsa acción de Las Cruces de Nicolas Boone (Francia) tiene lugar en el suburbio bogotano del mismo nombre, y ahí es nada: robos en bicicleta a punta de navaja, niños robando, drogas, peleas callejeras, amenazas de muerte, asesinatos… Todo, naturalmente, está ficcionado, si bien los actores transmiten la contundencia que solo pueden dar los auténticos habitantes de Las Cruces.
Pero en esta ocasión Boone plantea la grabación de una manera inusual: los actores son malos, la representación es deliberadamente mala. Y en vez de intentar dotar a las escenas violentas de veracidad, Boone acentúa el carácter de teatrillo. De este modo el espectador, en vez de asistir a una representación fiel de los hechos, es libre de imaginarlos. Y lo que imagina resulta más estremecedor que cualquier verismo… O al menos eso me pareció a mí. Igual es que el corto es simplemente malo y me he imaginado lo que no es. Pero seamos optimistas y confiemos en la singularidad de Las Cruces. Singularidad relativa, eso sí, ya que la estupenda pieza filipina Babylon parecía plantear algo similar, aunque aquí no hay espacio, como en Babylon, para el humor o lo ‘pop’. Solo para el terror cotidiano.
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