La split-screen o pantalla partida existe desde que el cine era joven. Ahí están los primeros intentos mudos por parte de Les vampires de Feuillade o el Napoleon de Abel Gance. En los 60 vive su primera edad de oro, a partir de films que lo utilizan como una novedad vistosa pero bastante hueca (The Thomas Crown affair de Norman Jewison) o, por el contrario, consiguen llenarlo de expresividad: es el caso de la magnífica The Boston Strangler de Richard Fleischer. La división de la pantalla en decenas de potenciales estranguladores llegaba a decir, poco más o menos, que Boston era estrangulador.
La soledad, Jaime Rosales
Con los avances digitales, la pantalla partida recibe un potente espaldarazo. Y así, de La soledad de Jaime Rosales a la serie 24 de Robert Cochran y Joel Surnow, el procedimiento acaba convirtiéndose en moneda común. Incluso, cómo no, en los cortos, siempre a la cabeza de las innovaciones. Ahora mismo se me ocurren, por ejemplo, El punto ciego de Álex Montoya y Raúl Navarro, o el curiosísimo Flatlife de Jonas Geirnaert, que parece inspirado en el entrañable y vanguardista tebeo 13 rue del percebe del insigne Francisco Ibáñez.
Pero, como todos los procedimientos, la pantalla partida necesita una continua renovación formal, so pena de caer en la repetición y el aburrimiento. Por eso se agradece que aparezca un cortometraje como Anacos, del gallego Xacio Baño, claramente deudor de la citada La soledad, pero que sabe emplear la split-screen con personalidad propia. Aún más: consigue dar la impresión de que no existe otra manera de contar esta historia.
Anacos (pedazos en gallego) narra, de manera esquemática pero contundente, el esplendor, caída y desaparición de la trayectoria vital de una mujer, perfectamente interpretada por Mabel Rivera. Para ello, establece un paralelismo entre la vida de esta mujer y un bizcocho. Sí, lo han leído bien. Del mismo modo que un sabroso bizcocho se divide en varios pedazos, la vida de esta mujer se divide en varias facetas: madre, esposa, anfitriona, confidente, dulce, atenta… Una vida que empezará a perder sentido cuando empiecen a desaparecer los pedazos: cuando el paso del tiempo se lleve los hijos, y ya quede muy poco que cuidar, y ya sólo esté su viejo marido para cocinarle… Hasta que, al final, no quede ningún pedazo. Ninguna función que ella consideraba tradicionalmente suya.
Puede que me equivoque, pero creo que Anacos ofrece un relato profundamente feminista. Porque la visión de la vida de la mujer en pedazos es, justamente, la que tiene esta mujer de sí misma, pues considera que su existencia no tiene sentido si faltan esos pedazos: Madre. Esposa. Confidente. Esos roles impuestos desde fuera y que acabó adoptando como propios. La protagonista de Anacos es una víctima que ha asumido la moral de sus verdugos.
Pero, al mismo tiempo, Anacos rebosa de amor hacia esta mujer.
Amor que se manifiesta, por un lado, en una voz en off cálida y con textos estupendos, como este: «Mi madre es la bufanda de todos los inviernos, es la falda de tubo hasta las rodillas y las camas hechas a las diez de la mañana». O esta, bellísima y reveladora: «Poco a poco, las mujeres que fue mi madre se fueron desvaneciendo». Una frase que, me parece a mí, deja al descubierto que la mujer ha ido asumiendo diversas identidades, papeles, roles sociales a lo largo de su vida, sin acabar de ser ella misma realmente.
Y por otro, en algunas soluciones formales que transmiten auténtica emoción:
El momento de esplendor de la mujer, visualizado a través de cinco acciones simultáneas en las que esta asume dichos papeles: plancha, lava, da consejos a la hija, pone la corbata a su marido…
La imagen de la mujer deprimida, partida en cinco, y los cinco pedazos moviéndose como tiras verticales de una cortina, meciéndola en su dolor.
Los miembros de su familia transformándose en fotos, porque en su vida ya sólo son fotos.
Fotos de la mujer a lo largo de diversas etapas de su vida.
O ese soberbio final, en el que es la propia mujer, rodeada de pedazos de su familia, la que desaparece.
Y por último, Anacos es un corto sobre la pérdida de la memoria, ya que perfectamente puede interpretarse que la mujer, al final, padece Alzheimer o demencia senil. No sé si entraba en las pretensiones del director, pero las imágenes de Anacos sugieren que, en algunas ocasiones, la pérdida de la memoria podría ser voluntaria, incluso deseada. Porque si, en un momento dado, el rol social que hemos interpretado durante toda nuestra vida ha dejado de tener sentido, ¿de qué sirve recordar?
Distribuido por Marvin&Wayne
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