Comencemos por adelantar que estamos ante un trabajo que da mucho miedo, y no sólo por lo que narra; más adelante entraremos en detalles, sino por el vértigo que produce comprobar la larga lista de prestigiosos festivales donde ha estado presente, con o sin premio: Clermont-Ferrand, Tampere, Cleveland, Odense, Belo Horizonte, Calgary, Bogoshorts… y la semana pasada Primer Premio en el Certamen Europeo de Alcine.
Estamos ante la primera película del francés Selim Azzazi, hasta ahora dedicado a labores de producción, guionista e ingeniero de sonido de la mano de directores como Oliver Stone, Michel Hazanavicius o Radu Mihaileanu. Su entrada en la dirección no ha podido ser más acertada.
Un tema bien conocido: el pánico de Occidente al terrorismo dentro de sus fronteras provoca (de forma interesada o no) que los estados se conviertan en lo que Orwell nos dejó escrito en su espléndida novela 1984, es decir, una especie de todopoderoso «Gran Hermano» que juega a su antojo con los derechos y libertades de los ciudadanos. Esto, que puede ocurrir en cualquier país civilizado del mundo, está enmarcado en Francia durante la década de los noventa, en plena guerra civil argelina. El apoyo indirecto de Francia al gobierno argelino provocó que grupos de este país, antigua colonia francesa, se desplazaran a suelo francés con el fin de cometer actos terroristas.
La trama de Ennemis intérieurs está servida: dos hombres frente a frente, un interrogatorio en toda regla aunque se camufle de formal entrevista y un escenario sencillo (que no simple) Cuando se tiene un guión tan férreo y eficaz como es el caso, no se necesita de ningún otro añadido como bien nos enseñó Joseph L. Mankiewicz allá por el año 1972 con Sleuth (La huella), ejemplo magno de duelo entre dos actores.
Pero si la fortaleza del guión es manifiesta, también lo es, por tanto, la magnífica interpretación de los dos actores que lo desarrollan y aportan su buen hacer. De ahí que el director haya elegido el plano-contraplano como vehículo principal de narración. Los diálogos y las expresiones de los rostros se mantienen en equilibrio junto a la utilización de una luz sombría de tonos ocres y una música, compuesta por el propio director, que no busca en ningún momento quitar protagonismo a la oscuridad de la propuesta.
Quizás, por ser algo quisquillosos, podríamos dudar de la idoneidad de incluir en la historia aquellos fragmentos del pasado del ciudadano argelino que, sin embargo, y a pesar de su evidente capacidad misteriosa, permiten al espectador evadirse durante algunos pocos segundos de la claustrofóbica sala donde tiene lugar la acción.
La solicitud de nacionalidad por parte del ciudadano de origen argelino sirve de excusa para que el funcionario encargado de velar por la seguridad de los «franceses de verdad» nos enseñe a nosotros, los espectadores, que los valores del lema de la República (Libertad, Igualdad, Fraternidad) son palabras vacías en el contexto globalizado del mundo actual, palabras de un peligroso quita y pon según convenga.
A pesar de que ya desde el comienzo el espectador se mueve entre una incomodidad e incredulidad crecientes, la tensión dramática no decae en ningún momento de los aproximadamente 27 minutos que dura el cortometraje. Y aún Selim Azzazi nos hace pensar por un instante que, a pesar de todo, un hombre puede salir victorioso de su enfrentamiento con el Estado. Esto no es el Hollywood dorado, ni Selim es Frank Capra.
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