Nos consta que a más de un aficionado de criterio respetable no le acaba de convencer Montaña en sombra. Y sin embargo, para los editores de Cortosfera (véase nuestro editorial «12 títulos para el recuerdo») y para algunos más representa uno de los mayores logros del cortometraje español en 2013. Puede que, en algún caso, haya influido a su favor el premio recibido por Lois Patiño como Mejor Director Cineastas del Presente en Locarno, con su película Costa da Morte. Por nuestra parte, ya sentimos entusiasmo por este corto antes de que eso sucediera, cuando Montaña en sombra se proyectó en el Festival de Huesca. Allí nos quedamos embrujados por imágenes como estas:
No se esperen otra cosa. Planos de montañas nevadas, tomados desde grandes alturas, punteados por figuras diminutas de esquiadores que se mueven muy a lo lejos. Así transcurre Montaña en sombra durante casi 15 minutos. Pero jamás aburre, y en nuestra opinión, llega a sobrecoger.
Su pretensión es bien sencilla. Se trata de grabar la montaña como representación de la inmensidad de la naturaleza frente a la absoluta pequeñez de los seres humanos que en ella se mueven, dotando cada nueva imagen de una pátina progresivamente abstracta, progresivamente irreal. Parece fácil, pero les advertimos: no intenten hacerlo por su cuenta.
Contraste entre la inmensidad de las montañas y la pequeñez de las figuras humanas: podía haber quedado en una ilustración del socorrido “No somos nada ante la grandeza de la naturaleza”. Afortunadamente, Montaña en sombra va mucho más allá que cualquier enunciado racional. Las montañas no sólo son un escenario: son un personaje.
El corto comienza con un plano de montaña en el que no sólo vemos el puntito móvil de un esquiador escalando, sino que le oímos, junto con el viento y el posible rumor de un río. Así pues, al principio la presencia humana tiene cierto peso, se hace relativamente presente. Pero en un par de planos el sonido humano se ha desvanecido, barrido por el poder abrumador de los sonidos naturales.
Las personas quedan definitivamente reducidas a puntitos a la deriva (la trayectoria errante de los esquiadores permite pensar en esos términos), y no parecen conscientes de que la montaña no sólo está viva, sino que posee una energía arrolladora que todo lo rodea y lo impregna. Montaña en sombra es una obra cargada de espiritualidad (laica, eso sí), cine auténticamente contemplativo. Sólo que en esta ocasión no es el hombre el que contempla la Realidad, sino la Realidad, personificada en la Montaña, la que parece contemplar al hombre.
Y para llegar a ese punto, Montaña efectúa un viaje a la Abstracción. Abstracción, como ya hemos visto, en el sonido, que no tarda en dar paso a una música que incita al misticismo, en la línea de un György Ligeti o un Arvo Pärt. Y por supuesto, Abstracción en la imagen: Montaña comienza con una serie de composiciones, de una expresividad inaudita, tintadas con un blanco y negro enormemente contrastado que huye de cualquier tipo de naturalismo. A medida que avanza el metraje las imágenes se hacen más lejanas, más etéreas, se aplastan como manchas planas de sombra y luz. El escenario deja de ser una montaña para convertirse en La Montaña. Su esencia, su realidad oculta, queda al descubierto.
Los procedimientos empleados entroncan Montaña en sombra con el estilo trascendental cinematográfico, pero también con la tradición pictórica abstracta, como el Suprematismo de Kazimir Malévich y su célebre Cuadrado Negro (¿qué valor puede tener un cuadro que es, simplemente, un gran cuadrado negro en el centro de un lienzo blanco? Bueno, tal vez ese cuadrado negro atrape de manera inmejorable la armonía del universo). También cierta influencia de la fotografía contemporánea: en este sentido, imaginamos que la colaboración de Patiño con la videoartista Carla Andrade habrá tenido cierto peso en el espléndido resultado final. Cine, pintura, fotografía… Montaña en sombra puede ser visto y exhibido como un documental experimental, como un poema visual y, qué duda cabe, como una instalación. Sin duda está concebido para ser proyectado en pantalla grande, pero es probable que una sala de exposiciones sea el espacio idóneo para apreciarlo en toda su grandeza, de un modo similar a las obras de artistas tales como Jean-Gabriel Périot, Nicolas Provost o Julian Rosefeldt.
Terminamos con el que es, para nosotros, uno de los mayores logros de Montaña en sombra. La inmensa distancia entre la montaña y los puntitos humanos invita a pensar que estos últimos están lejos, muy lejos, de sentir esa energía universal que no sólo da la vida a la montaña sino a ellos mismos. O lo que es lo mismo: el ser humano vive dando tumbos, ignorante de lo verdaderamente importante, del sentido último de la existencia.
Entonces llega el plano final: de noche, La Montaña contempla una hilera de puntitos iluminados por lucecitas rojas, y todas esas luces siguen una misma dirección. Desconocemos cuál era la intención de Patiño con esta escena, pero parece como si esas lucecitas fueran dirigidas a La Montaña, como si esos puntitos buscaran un modo de comunicar con esa energía trascendente, que les rodea y les impregna por todas partes sin que casi se den cuenta.
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