Puede que Salón Royale, de la argentina Sabrina Campos, no sea un corto de primerísima magnitud, de aquellos que arrasan con los primeros premios de los festivales (aunque ha ganado bastantes), pero sí es de los que aparecen una y otra vez en cualquier selección, ya que sin ser ningún descubrimiento fulgurante todo en él interesa, tiene vida, y es menos sencillo de lo que aparenta. Desde luego está disfrutando de una larga vida festivalera: aunque el corto procede de un ya lejano 2011, acaba de estar en Tenerife Shorts y ha ganado en el Alucine 2013 de Toronto.
No se puede decir que el argumento sea especialmente original. Tres chicas de unos 30 años se dirigen en coche a una fiesta. Hasta que una de ellas se entera, por una de las amigas, de que a la fiesta puede que vaya su ex. A partir de ahí se desarrolla un sencillo diálogo a tres en el que queda al descubierto la dependencia emocional de Ana, la chica que no puede quitarse de la cabeza a su ex-novio (que, por si fuera poco, se ha liado con una chica mucho más joven que Ana). Una dependencia que deja entrever el verdadero quiz de la cuestión: el recién inaugurado miedo a envejecer.
Una historia que nos han contado varias veces y que no nos importa que nos vuelvan a contar, ya que es fácil identificarse con Ana, comprenderla y quererla. Y si además se muestran al desnudo las neurosis personales, las inseguridades, el temblequeo interior, todavía mejor. Salón Royale es de estas historias que, de algún modo, nos hacen sentir que no estamos solos.
Ahora, para empezar, unas cuantas obviedades. Primero: tres personajes estupendamente retratados, con mención especial a la chica que conduce, que aunque parece que se limita a escuchar es la que, en realidad, dirige y controla la tensión del momento. Segundo, tres actrices formidables, llenas de chispa y naturalidad, que vuelven a demostrar por qué la escuela interpretativa argentina es, junto con la inglesa, la mejor del mundo. Imposible destacar a ninguna. Y tercero: unos diálogos espléndidos, sueltos, que reproducen a la perfección la energía de una conversación real: las chicas no sólo hablan del tema planteado, también comentan sobre vestidos, el trabajo, otros invitados, atienden a la carretera, se fijan en el camino… Y todo transmite una pasmosa ligereza, como si fuera sencillísimo reconstruir esta situación, interpretar estos personajes y escribir, improvisar o pronunciar estos diálogos.
Pero estas cosas nunca son sencillas, y al escarbar en el interior de Salón Royale encontramos valores insospechados. Valores que surgen no del qué sino del cómo, de la manera de contar esta situación al espectador, tanto en estructura narrativa como en forma. Veamos.
En cuanto a la estructura narrativa, Sabrina Campos concentra toda la acción en el interior del coche, y la narra en dos tiempos: antes de llegar a la fiesta y volviendo de ella. Por tanto, elude mostrar el encuentro de Ana con su ex. ¿Y por qué esta elección? Tal vez porque, de ser así, la trama se hubiera centrado excesivamente en Ana. En cambio, al aislar a las tres chicas en el coche: todo transcurre en un ámbito exclusivamente femenino; los personajes en off (el ex-novio, su nueva novia y las tetas supuestamente operadas de esta) cobran una fuerza insospechada; y sobre todo, el problema de Ana se convierte en un problema común de las tres. Es decir, sentimos que, aunque ninguna diga nada, lo que le pasa a Ana le pasa a las demás.
Esta angustia común se ve correspondida en la forma. Por ejemplo, el empleo del formato scope, que permite incluir a las tres chicas dentro del mismo plano cuando conviene, y observar sus reacciones al mismo tiempo. Y sobre todo: la colocación de las chicas en el coche obliga a que, en muchas ocasiones, estas tengan que hablar sin mirarse. De este modo, los comentarios de Ana a veces parecen, más que un diálogo con sus amigas, un amargo monólogo. En cuanto a la chica que conduce, y que difícilmente puede mirar a sus amigas, cobra una especial intensidad cuando por fin las mira. Eso ocurre cuando el coche se para, finalmente, en casa de Ana: la mirada que intercambian las dos mujeres rebosa fracaso vital.
Y así, con esta adecuación de todos los elementos, esta historia en principio tópica y frívola se llena de emoción. Y aunque ninguna de las chicas expresa un solo sentimiento en voz alta, sentimos toda la zozobra no de una sino de tres mujeres que empiezan a descubrir que la vida se les escapa, y que con las operaciones de tetas, los novios pasados y futuros, las dependencias afectivas, están perdiendo su tiempo jugando a un juego lleno de reglas absurdas que les hacen profundamente infelices… pero, a la vez, son incapaces de dejar de jugar.
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