Para todas las generaciones que se educaron, además de con la literatura, con el cine, su mundo interior es un revoltijo de imágenes y palabras que a veces cobran formas misteriosas. Y nadie más misterioso que Alain Resnais. Sus películas, extrañas mezclas de cartón-piedra y fantasmas, son al mismo tiempo homenajes y comentarios jocosos sobre los universos rutilantes y barrocos que describieron en su día los melodramas de Douglas Sirk, las comedias de Frank Tashlin o los musicales de Jacques Demy, pero también son crudos comentarios sobre algunos de los asuntos más importantes del siglo XXI, como la colonización, el Holocausto Judío, la bomba atómica, las torturas, el comunismo… Él mismo, al definirse como cineasta, decía que además de las tradiciones Lumiére y Méliès, estaba la de Feuillade, una mezcla de realidad y fantasía en la que él siempre se había reconocido.
El artificio exagerado suele conectarnos antes con nuestra imaginación que con nuestra razón. También quiere conectar nuestra infancia con nuestra madurez. Mezcla aquello que un día imaginamos y lo que posteriormente descubrimos en la realidad. En ese sentido, Toute la memoire du monde (Toda la memoria del mundo) es un buen ejemplo. Podríamos considerar la película un documental escurridizo, con un sentido musical del ritmo y con un endiablado sentido de la dirección, porque parte de la Biblioteca Nacional de París y acaba transformándose en un catálogo de las diferentes formas de encapsular la memoria y el conocimiento que ha conocido el hombre a lo largo de la historia, de la facilidad con que cada una ha sido manipulada, y con los distintos procedimientos de clasificación que se utilizan para preservar todo lo anterior. Alain Resnais sabe recrear los escenarios de la biblioteca pero aplicándoles una sensación de artificio que hace que a veces nos preguntemos a dónde quiere ir a parar.
El director francés nunca se conforma con meras imágenes, siempre quiere saber qué ocultan éstas. Si en el cortometraje Les statues meurent aussi (Las estatuas mueren así, 1953) nos decía que bajo las máscaras africanas podíamos encontrar antiguas leyendas y ritos mágicos y que bajo las banderas a veces sólo se esconde el imperialismo, en Toute la memoire du monde nos viene a decir que la cultura (los libros, los cómic, los papiros, las tablillas…) ha acabado convirtiéndose en algo cada vez más íntimo y secreto. Lo que la película viene a decir es que hemos ido borrando algunas cosas de la realidad, como todo lo concerniente a la fantasía, y que eso nos hace correr riesgos. Seguramente por eso los trabajadores de la Biblioteca Nacional de París hacen intervenciones sonámbulas, que nos recuerdan que quizás en sus sótanos u ocultos entre sus estanterías, se hallan misterios que tienen que ver ya no sólo con lo que como seres humanos hemos dejado a nuestra espalda sino también con ciertas cosas que en otro tiempo nos ayudaron a crecer o a imaginar o simplemente a vencer a los enemigos con los que nos enfrentábamos, y que hoy duermen el sueño de los justos, alejadas de nosotros.
Resnais prefiere partir de una idea del cine poco centralizada en un punto, componiendo planos muy geométricos, en los que a menudo los elementos arquitectónicos o los cuerpos que se detectan en el encuadre parecen piezas de un tablero de ajedrez.
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