Decía Hemingway que había aprendido a escribir leyendo los boletos de apuestas de las carreras de caballos. Desde luego suena a boutade, pero un poco de concisión debería ser en cine el punto de partida de los directores de cortometrajes, que hoy en su mayoría casi casi parecen mediometrajes o capítulos de series. ¿Un cortometraje de apenas doce minutos que trata temas tan difíciles y filosóficos como la identidad, la voluntad y el suicidio partiendo del retrato de un personaje marginal sin diálogos y con dos voces en off? Compro.
Vida y Muerte de Jennifer Rockwell es un cortometraje rotundo. Redondo. En primer lugar porque tiene un muy buen guión, que juega con el espectador a pesar de tratar unos temas digamos delicados. En segundo lugar porque tiene un montaje excepcional, de los mejores que vi últimamente. Y en tercer lugar, porque se cierra con dos secuencias mudas que esperamos anticlimáticas – siguiendo el guión-, pero que resultan lo contrario. Pero, como dijo Jack El Destripador, vayamos por partes, empezando por señalar lo que menos me gusta del film.
No me gustan esos trucos de cámara mil veces vistos en los que se mete un teleobjetivo o se hace un transfoco a la espalda del personaje desenfocando el entorno. Creo que se abusa de ese recurso, que aporta casi siempre bien poco, pero en este caso funciona, no molesta. Y eso que uno teme, viendo el prólogo, que el film cuente la historia mil veces contada de alguien que sale por ahí y siente un vacío y tal y el director pone la cámara detrás y desenfoca el resto, añadiendo una música con los bajos muy graves y demás. No es el caso: aquí estamos ante un cortometraje que muestra dominio de distintos y valiosos registros (dirección sobria de la actriz, guión inteligente y atrevido, hábil y condensado montaje y una muy buena fotografía de distintas texturas).
Vida y Muerte de Jennifer Rockwell tiene, además, un acierto primario e importante: el tono del film no es invasivo aunque trate los temas que decía antes. El discurso de la protagonista en su carta (espeso por momentos y con alguna falacia en sus argumentos, todo hay que decirlo), está perfectamente equilibrado con lo que se nos muestra. No veo la tan manida y tantas veces errática voluntad autoral en la dirección: veo un director al servicio de la historia y no al revés, y eso, oiga, se agradece. Sobre todo porque esa aparente desaparición de el director, interroga al espectador, lo hace pensar. Y no es que te interrogue de primeras sobre esos temas a los que aludía en plan abstracto, no: la narración es concreta y casi concisa, y para plantear esos temas en un formato así y en doce minutos hay que tener inteligencia y valentía, ya que el riesgo de caer en esquematismos o filosofía barata es grande.
Porque el film, aparte de otras cosas, plantea una cuestión vital, de modo radical y filosófico, además con un enfoque schopenhaueriano, o sea, ¿es el suicidio la máxima y paradójica cumbre de la voluntad? ¿Puede esa voluntad latente en todos los seres llevarnos a la paradoja dialéctica de decidir por nosotros mismos contradecirla al tiempo que la reafirmamos mediante el suicidio? Bueno, Schopenhauer pensaba que sí y Albert Camus que habría que planteárselo, al menos, como cuestión fundamental. En fin, yo creo que hay que pensarlo, y este cortometraje lo plantea sin patologizar a la protagonista, sin imponer nada al espectador y midiendo mucho el planteamiento: otro tanto a su favor. El sonido es otro de los aciertos. Y casi me jode admitirlo, porque me gustaría ver este cortometraje sin música (no veo qué aporta), pero la verdad es que el sonido está muy bien mezclado y como decía antes, muy bien montado. La voz en off de la protagonista, leyendo una carta a su tía – único pariente que tiene- guía todo el corto, y con la excepción de otra voz en off de apenas un minuto,(prescindible, por cierto), es la única que escuchamos en todo el film: es decir, el director narra la historia sin un solo diálogo y en las secuencias finales, ni eso, lo que redunda en unos dos minutos finales de un poderío visual y narrativo apabullante.
Otro de los temas que toca es la identidad. Y lo hace de manera aparentemente sencilla, pero compleja y honesta a la vez. De hecho, ni siquiera sabemos cuándo Jennifer nace, y el juego de identidad entre Jennifer y su previo yo –de cuyo nombre ahora no puedo acordarme-, es hábil e intrigante, y hace que el espectador tenga que jugar a detective por unos minutos. Funciona, y la prueba es que hasta que el guión nos lo dice, no sabemos exactamente en qué va a consistir esa decisión radical de la protagonista en torno a su identidad (¿cambio de sexo?, ¿suicidio?). Algo hay en este guión de los juegos paradójicos del mejor Borges (schopenhaueriano confeso, por cierto, hasta el punto de aprender alemán para leer al bueno de Arthur en su idioma).
No hay un cortometraje memorable que no tenga al menos un par de grandes secuencias. Este las tiene. La de la espalda de la protagonista frente al espejo, otra de desnudo, y las dos finales, que te hunden en el asiento. Y es que la actriz desarrolla una actuación sobria y eficaz, dominando la cámara casi sin querer, hasta el punto de que te preguntes si esto es ficción o documental en muchos momentos.
En fin, un gran cortometraje que pide a gritos el paso al largo de su director, especialmentre tras su buena acogida tanto en Medina del Campo como en la Semana del Cortometraje de la Comunidad de Madrid.
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