Miradas en corto no es su primer libro sobre cortometrajes. ¿A qué achaca esta especial atención suya hasta este tipo de obra?
Mis comienzos profesionales fueron en los Estudios Vara. Su director, Rafael Vara Cuervo realiza una serie de cortos de animación sobre Mortadelo y Filemón. Estamos a mediados de los años 70 y comienzo a sentirme fascinado por este formato tan dinámico. A raíz de una conferencia sobre cine que impartí en 2003, me ofrecen la posibilidad de participar en la organización de un festival de cortometrajes y, desde ese momento, siento una vinculación muy fuerte con el formato que se ha convertido en pasión con el paso de los años. Ello me ha llevado a investigar sobre el proceso de creación en corto y nace Cine en corto (2009) que culmina con mi reciente libro.
Su nuevo libro se centra en el periodo que va desde 2008 hasta 2012, atendiendo entretanto a la situación general del corto. ¿Qué destacaría de este periodo? ¿Qué lo caracteriza?
Es una etapa que coincide con este momento de crisis que padecemos. A pesar de la sucesión de recortes y del vergonzoso incremento del IVA, que han herido gravemente a la cultura y por ende al cortometraje, considero que se ha producido un asentamiento del corto. Se ha incrementado la producción y los festivales reciben cada año más trabajos. Sin duda, se debe al abaratamiento de los costes motivado por la implantación digital y, también, por fortuna, al papel que realizan algunas comunidades autónomas que siguen manteniendo las subvenciones y que aún apuestan por sus redes de distribución, absolutamente necesarias para divulgar las obras de nuestros autores.
Este periodo destaca igualmente por la consolidación de productoras y distribuidoras que han profesionalizado al máximo su labor. También han mejorado los espacios de exhibición y se han abierto nuevas ventanas que facilitan el acceso a las películas. Observo un mayor interés de los medios, aunque algunos de ellos aún mantienen cierta desconfianza y no dedican atención plena a este activo cultural tan destacable. Por fortuna, llegan nuevas iniciativas, como vuestra Cortosfera, que alimentan a todos los que amamos el cortometraje.
Este lustro se caracteriza por una mayor conexión del cine y audiovisuales con otras artes que propicia una nueva formulación narrativa. Se aprecian varias vías de trabajo que discurren con un punto de mayor experimentación y que incluyen nuevas temáticas que reflexionan sobre la construcción de las imágenes y la relación con el espectador. Me refiero a las piezas de autores como Chus Domínguez, Lois Patiño, Sergio Oksman, María Cañas, León Siminiani, Lluís Escartín, Samuel Alarcón, Chema Arake y Hernán Talavera, Carlos Vermut, Colectivo Los Hijos, Virginia García del Pino, Álex Lora, Mikel Zatarain, Guillermo G. Peydró, Elio Quiroga y Luis E. Parés, entre otros muchos que trazan una línea muy interesante que, además, está siendo reconocida en diferentes festivales que apuestan por un cine más arriesgado e innovador.
¿Cómo valora la salud del cortometraje español?
Aunque ciertamente está herido, por la dejadez de nuestros gobernantes hacia la cultura, soy optimista y creo que goza de buenos mimbres. Los autores siguen contando historias, diariamente se ruedan cortos, se crean vínculos de comunicación con el espectador y los festivales acogen más películas, aunque también es cierto que noto cierto pesimismo en numerosos directores.
Creo firmemente en que el cortometraje español, como ha hecho hasta ahora, nadará a contracorriente y seguirá conformando un sector básico para la cultura de nuestro país.
Del mismo modo, ¿opina que arrastra algún tipo de carencia expresiva?
En la etapa analizada se aprecia que, técnicamente, los trabajos suelen ser bastante buenos. Pero considero que se privilegia en exceso la imagen sobre la historia. En algunas piezas disfrutamos soberbios elementos técnicos pero falta la idea, el alma de lo que se nos quiere contar. En este sentido, me gusta mucho una reflexión de Sergio Oksman: “con suerte, la pobreza nos hará hablar de la vida”, que suscribo con entusiasmo.
¿Qué perspectivas de futuro le ve al cortometraje y cuáles considera que son sus principales amenazas?
Como he apuntado, soy optimista. Desde luego, la gran amenaza es el abandono por parte de la Administración. Han desaparecido algunos festivales que, recordemos, son el espacio ideal de exhibición y de encuentro entre los actores principales del corto y su público. Pero por fortuna, otros certámenes agudizan el ingenio y optimizan recursos para proponer encuentros dinamizadores que mantengan la apuesta por el cine en corto.
Por otro lado, quizá exista cierto acomodo en algunos cineastas que ceden su libertad creativa para adaptarse a las líneas que trazan los festivales y así, recuperar la inversión realizada. Esto es lícito pero el cortometraje debe ser un ejercicio formativo y de experimentación que sin duda, ha dejado a lo largo de su historia auténticas joyas de nuestra cinematografía.
Vivimos un periodo en el que la desaparición de los cines corre a pasos agigantados y han surgido nuevos hábitos de acceso y disfrute de las obras audiovisuales. ¿Cuáles cree que son las repercusiones que traerá todo esto?
Asistimos a una etapa convulsa por un lado pero también fascinante. Por desgracia, los cines desaparecen pero se multiplican las ventanas de exhibición (internet, museos, centros culturales o plataformas de cine a la carta). Todo esto ha producido un cambio sociológico muy interesante en el disfrute del cine: se ha pasado del consumo colectivo al individualizado, con lo que ello implica de pérdida y de compartir un espacio físico común.
Pero el cine se expande, su espíritu se amplifica y la multiplicidad de pantallas amplía las posibilidades de acceso a la obra. Hemos de adaptarnos con rapidez a este vendaval revolucionario en el consumo del cine porque, como muy bien definen Lipovetsky y Serroy: “todas las pantallas del mundo acaban perfeccionando la original, el lienzo blanco del cine”. Y de lo que se trata es de seguir manteniendo la ilusión y aprovechar las posibilidades que nos permitan seguir soñando con el cinematógrafo.
En los últimos años han surgido proyectos para dotar de una estructura profesional al cortometraje (productores especializados, plataformas de distribución, empresas organizadoras de eventos y exhibiciones). ¿Es posible una profesionalización del cortometraje en España?
Es complicado. Si nuestra llamada industria cinematográfica está bajo mínimos, el cortometraje lo tiene todavía más difícil. Lo que es cierto es que algunas productoras y distribuidoras han asentado una trayectoria profesional y están aprovechando el reto de las nuevas pantallas de difusión.
Por otra parte, el sector es muy dinámico. Desde el nacimiento de la Coordinadora del Corto, que ahora retoma sus actividades, hasta las sesiones de El Visor del Cortometraje, los integrantes principales del corto han debatido en profundidad para intentar la dignificación del formato y en lo posible, para lograr acceder a su profesionalización. No se ha conseguido pero todos los implicados aúnan esfuerzos para avanzar al máximo en este sentido.
Existe una conciencia clara de que el cortometraje necesita mayor visibilidad y, sobre todo, un trato digno. Además, cada vez que se programan eventos de exhibición en salas comerciales (Cortogenia, Córtate o Cortópolis) el seguimiento de los aficionados es muy amplio: hay interés en ver estas joyitas en una pantalla grande. De la misma manera, la llegada de nuevas plataformas de exhibición en internet como Márgenes o PLAT (Plataforma de Difusión e Investigación Audiovisual) complementa la oferta –en estos casos con un cine más experimental- y configura un panorama alentador para un género con identidad propia que favorece la llegada de nuevos valores que, como estamos apreciando en algunos casos, llegan como savia vivificante y necesaria para nuestra industria. Nos encontramos en una fase crucial. Los protagonistas del cortometraje intentan unir sus fuerzas para alcanzar compromisos de presente y de futuro. Entre todos, debemos ayudar en la difusión de un arte que es activo destacado en la cultura de nuestro país. Y en eso estamos y estaremos.
Por último, ¿Qué corto no se cansa de ver?
Tengo más de uno. El laberinto de Simone, de Iván Sáinz-Pardo; Paseo, de Arturo Ruiz; El tránsito, de Elías León Siminiani; Chatarra, de Rodrigo Rodero; La guerra, de Luiso Berdejo y Jorge Dorado; Bedford, de Andrés Sanz; Notes on the other, de Sergio Oksman; El viaje de Said, de Coke Riobóo; El orden de las cosas, de los hermanos Alenda y La ciudad de los signos, de Samuel Alarcón. De todas formas, siempre disfruto viendo cortometrajes e intento transmitir ese gozo a los demás.
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