Definitivamente, la Sección Oficial de Cortometrajes de Cannes parece estar renunciando a la innovación en favor del clasicismo. Una decisión aceptable en el conjunto de Cannes (para ofrecer nuevas fórmulas ya están la Quincena o la Semana de la Crítica), y que no estaba tan clara y definida en años anteriores, lo cual había llevado a que, en los últimos años, la Sección de cortos teóricamente más importante del Festival fuera, también, la menos estimulante.
Pero ahora las cartas parecen estar sobre la mesa, y cuando hay claridad de ideas, también suele haber mejores resultados. Como en este caso: Cannes Cortometrajes 2018 ha presentado la mejor de las ediciones oficiales de los últimos años. De igual modo, sus rasgos de identidad también han estado fuertemente marcados: selección de escasos títulos (ocho únicamente) pero bien cuidada, interés especial por los enfoques humanistas, y predominio de cinematografías asiáticas. Los temas han sido no ya los habituales sino los manidos: violencia de género, agresividad cotidiana, adolescencia conflictiva, situación de la mujer en Oriente Medio… Afortunadamente, los títulos que abordaban estos temas eran enérgicos, tensos y realmente convincentes. En los cortos de Cannes había cine poderoso.
Supongo que no hay más remedio que empezar por la Palma de Oro: All these creatures de Charles Williams (Australia). Si bien es una pieza bastante sólida, debo decir que, personalmente, es la que menos me entusiasmó. Su sinopsis es tan acertada que resulta inútil presentarla de otra manera: un adolescente intenta desenmarañar sus recuerdos de una misteriosa epidemia, de la relación con su padre y de las pequeñas criaturas que todos llevamos dentro.
En efecto, All these creatures pretende traducir en imágenes el funcionamiento de la memoria, qué momentos recordamos y cómo lo hacemos. A partir de una constante voz en off, Williams muestra una serie de escenas que establecen una estrecha interrelación mental y emocional entre los elementos comentados: la conducta imprevisible y un tanto agresiva del padre se identifica con la epidemia que arrasa el patio familiar, y con los insectos y animales cenagosos que cada vez se hacen más presentes. Espléndida idea, si no fuera porque el tratamiento acaba resultando algo cerebral, y un poco por debajo de lo prometido, lo cual no obsta para que haya momentos especialmente logrados. Lo mejor: el temor del protagonista a heredar el desequilibrio de su padre, y por tanto la sensación de que todas esas criaturas también bullen dentro de su cabeza.
El padre como figura mítica debía ser una de las debilidades de los miembros del Jurado, ya que este otorgó una Mención Especial a Yan bian shao nian / On the border de Wei Shujun (China), relato iniciático sobre un joven coreano que abandona su pueblo natal para ir a buscar a su padre a la ciudad, con la intención de pedirle dinero para un viaje posterior. Como era de esperar el chico nunca hará ese viaje, porque el verdadero viaje resulta ser la búsqueda del padre.
En un año en el que la Palma de Oro de Largometraje ha correspondido al japonés Hirokazu Kore-eda, On the border solo fue el primero de numerosos cortos asiáticos que merecieron una atención generalizada. Sin duda, el mejor de ellos era Judgement de Raymund Ribay Gutiérrez (Filipinas), soberbia radiografía de la violencia cotidiana en la isla, a partir de una denuncia de violencia de género de lo más brutal, en la que todos los personajes se comportan como si el suceso fuera el pan nuestro de cada día. Cortosfera ya abordó ampliamente Judgement, puesto que ha sido nuestro más reciente Corto del Mes: si alguien no lo leyó en su momento, ya está tardando.
La mujer sigue siendo el personaje central en otros trabajos sin los cuales esta reseña sería forzosamente incompleta. Por un lado, Tariki / Umbra de Saeed Jafarian (Irán). Hermosa y tensa pieza sobre una joven iraní que, después de haberse acostado con su pareja, sale a buscar a esta a la calle desierta después de medianoche, y que tiene algo de onírico, como una especie de fantasía liberadora. Todo en Umbra es amenazante y a la vez sensualizado, y en la última parte, sexualizado: la cámara acompaña continuamente a la mujer en steadys tan inquietantes como elegantes, el recorrido por las calles completamente desiertas parece salido tanto de un sueño como de una pesadilla (pesadilla algo reiterativa en su parte central, eso sí), y el encuentro con el hombre revela, finalmente, las intenciones del corto: tal vez lo que la mujer considera peligroso es, precisamente, lo que la libera, lo que la emancipa.
Por otro lado, y para finalizar, un título tan furioso como Judgement: el formidable Caroline de Logan George y Celine Held (Estados Unidos). Al igual que en el corto filipino, Caroline se articula a partir de nerviosas e irrespirables cámaras en mano. Pero aquí la cámara no se mueve por los pasillos de despachos judiciales o ambientes depresivos, como ocurría en Judgement, sino en el interior de un coche en el que tres niños (Caroline, la mayor, no tendrá más de seis años) han sido brevemente abandonados por una madre un tanto sobrepasada por los acontecimientos. Intervalo breve, pero de terribles consecuencias.
Que nadie se espere un alegato contra el abandono de los hijos. Lo que hace Caroline es cuestionar los límites que establece la sociedad bienpensante de lo que es una buena o una mala madre. Lo plantea con contundencia, con una dirección de los niños al borde de lo cuestionable (¿cómo ha conseguido esos planos en los que los tres menores lo pasan tan mal?), con un sentido de la tensión dramática que corta el aire. Cine que tensa el sistema nervioso y las propias convicciones, cine social que no discursea sino que plantea problemas profundos, Caroline merece mucho más que dos párrafos. Pronto volveremos al interior de este coche.
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