Es bien sabido que, en los festivales de cine, los aniversarios no pueden sustraerse a una realidad insoslayable: la calidad de la Sección Oficial es la que es independientemente de todo fasto y celebración. Pues bien, la Competición Internacional de este 60 aniversario de ZINEBI ha sido realmente notable, de las mejores que se recuerdan. No se trata de que hayamos asistido a un desfile de obras maestras: el cortometraje actual se desmarca de ese tipo de calificaciones rígidas, pues el mismo corto que a mí puede entusiasmarme a otro le puede horrorizar. Se trata de que la selección realizada por Vanesa Fernández y su equipo estuvo llena de propuestas retadoras, que concitaban el rechazo, la adhesión o ambas cosas, y lo mejor de todo, generaban debate entre los numerosos espectadores que llenaban el auditorio del Azkuna Zentroa. Las obras a concurso no dejaban indiferentes al público, inquietaban, movían, estaban vivas.
Antes de continuar, dejar constancia de que los mejores cortos de ZINEBI no solo estuvieron en la Competición, ya que estos disfrutaron de otros espacios igualmente sugestivos. Entre ellos, una memorable retrospectiva de cortos y mediometrajes de Apitchapong Weerasethakul, homenajeado en el Certamen, que dio pie al estreno en España de su último e igualmente memorable cortometraje, Blue. Y, muy especialmente, el ciclo Focus Iranian Women Filmmakers. The Present is Female!, dedicado a las cineastas iraníes del momento: un encuentro imprescindible con una gravísima realidad sociopolítica, a partir de un espectro de propuestas que, hasta ahora, solo eran conocidas a través de la labor de cineastas igualmente valiosos, pero casi siempre hombres.
Un gran Premio de consenso
Es público y notorio que el Jurado de la Competición Internacional de ZINEBI ha sido exclusivamente femenino (de hecho, lo han sido los tres Jurados del certamen). Pero además ha sido un Jurado de lo más heterogéneo, lo cual no solo ha debido dar lugar a puntos de vista diversos y enriquecedores, sino que, en una selección tan rica y variada, dificulta que sus miembros coincidan en los mismos títulos.
Puede que por esa razón el Gran Premio del Festival de Bilbao haya ido a parar a manos de un documental tan consensuable como Los que desean de Elena López Riera (Suiza-España). Los que desean parte de una premisa de lo más resultona, que pone de acuerdo a propios y extraños: en un campo murciano se celebra un concurso en el que participa un numeroso grupo de hombres, todos ellos propietarios de sus respectivos palomos. Estos últimos, trasuntos evidentes de sus dueños, compiten por estar el mayor tiempo posible con la única paloma presente. Si a eso añadimos que los palomos han estado sometidos a un largo período de abstinencia sexual, los resultados son tan esperados como regocijantes.
Es posible que la gracia de la idea y el feminismo sencillo pero rotundo de la propuesta haya dado pie al supuesto consenso del Jurado, que habría pasado por alto ciertas fallas, como su metraje excesivo para lo que cuenta. En cualquier caso, Los que desean se constituye como un Gran Premio respetable gracias, sobre todo, al carisma de las escenas en las que la horda de palomos persigue a la paloma, aunque también habría que destacar el tratamiento que López Riera confiere a los propietarios de los pichones: contundente con la naturaleza sexual masculina como estructura, tierno con los hombres como individuos. De hecho, el patriarcado de Los que desean parece un patriarcado un tanto mustio.
Aun reconociendo los indudables valores del corto de López Riera, confieso mi preferencia por el Gran Premio del Cine Vasco, el también documental Ancora lucciole de María Elorza, del que ya hemos hablado largo y tendido y que supone la confirmación de las posibilidades poéticas del cine de Elorza, una de las directoras del colectivo Las chicas de Pasaik.
Entre los cortos vascos también había una co-producción con Rumanía, Cadoul de craciun, dirigida por Bogdan Muresanu, que obtuvo el Premio al Mejor Guion Vasco Fundación SGAE. No era para menos, porque el desarrollo narrativo es soberbio: en la Rumanía de Ceaucescu, un padre de familia se alarma al descubrir que, en la tradicional carta navideña, su hijo ha pedido a Santa Claus que se cumpla el mayor deseo del padre: que se muera Ceaucescu. Bueno, más que alarmarse el padre piensa que va a acabar con sus huesos en la cárcel, lo cual da lugar a una serie de reacciones violentas que despedazan la presunta armonía familiar. Cadoul de craciun no es tanto la revelación de un buen narrador como la enésima confirmación del excelente nivel que continúa mostrando el cortometraje rumano medio: buenos guiones de contenido social, realización eficaz, excelentes intérpretes, inspirada descripción de ambientes… No inventa nada, pero su clasicismo es clasicismo de fuste.
En cuanto al Gran Premio del Cine Español correspondió, otra vez, a otro documental. En este caso una práctica fin de Master de la Universitat Autònoma de Barcelona, Entre raíles de Delfina Spratt y Àlex Puig Ros. La propuesta no podía salir mal: Spratt y Puig entrevistan a cuatro maquinistas de tren que han tenido la mala fortuna de atropellar, y consecuentemente matar, a personas que estaban en medio de la vía. Uno de ellos había atropellado a ocho… Su valor cinematográfico puede ser relativo (aparte de su metraje excesivo, la realización es bastante tradicional: los maquinistas son entrevistados mientras conducen, y se pasa de uno a otro sin mayores complicaciones), pero es imposible sentirse ajeno a los relatos de dolor contenido y experiencias traumáticas que van desgranándose. Tal vez no se necesitaba más. Aunque había cortos españoles mejores, Entre raíles es un documental que todo el mundo debería ver, querría ver.
En este Palmarés de sabor inesperadamente nacional hubo otro premio a un corto español: el Premio del Público. La popular ficción Foreigner de Carlos Violadé contaba otra de esas historias ante las que nadie puede quedar indiferente, en la que un hombre se queda varado en mitad del Atlántico gaditano, sin aparente posibilidad de supervivencia. Violadé, veterano cortometrajista al que recordamos por Tres o No tiene gracia, vuelve a demostrar su solidez narrativa y su capacidad para dotar a las situaciones de tensión dramática en esta especie de Deliverance en alta mar. Lo que antes se llamaba un artesano, que no intenta dárselas de nada pero sabe hacer perfectamente lo que está haciendo.
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