El barcelonés Juanjo Giménez Peña está muy lejos de ser un recién llegado. Muy pocos superan su veteranía, ya que es uno de los pocos cortometrajistas en activo cuya carrera breve se remonta a los años 90. También ha realizado varios largos y ha producido otros muchos al frente de Nadir Films (y tan interesantes como La casa de mi abuela de Adán Aliaga o Enxaneta de Alfonso Amador), aunque ha declarado que se considera, sobre todo, cortometrajista. Nunca ha ido de autor por la vida, y sin embargo el conjunto de su obra merece una atención que, hasta ahora, nunca se le ha dispensado.
Timecode
La memorable Palma de Oro concedida a Timecode en Cannes (es la primera vez que un corto español logra tan preciado galardón) nos da la ocasión para hablar de este narrador nato y juguetón, cuya obra ha alcanzado cotas considerables en algunos momentos. Y lo más importante: Giménez Peña no es un vanguardista, pero tampoco puede decirse que sea un narrador convencional. Sus cortometrajes aúnan la claridad narrativa tradicional con el ánimo lúdico de quien le gusta darle una vuelta de tuerca a las historias de siempre. Clásico sí, pero con puntos de fuga.
Días de fútbol: Libre indirecto y Máxima pena
Los primeros cortometrajes de Giménez Peña, Especial (Sin luz) y Ella está enfadada datan nada menos que de 1995, aunque la revelación del barcelonés llega en 1997 con Libre indirecto. Para entender la repercusión que tuvo este corto en su día hay que hacer un ejercicio de memoria emocional. Imaginemos que estamos en la era del celuloide. Entonces se contabiliza cada segundo rodado porque los metros de película pueden acabarse en cualquier momento. Hacer un plano-contraplano es una aventura, ya que hay que mover una cámara pesada y cambiar grandes focos. Muchos rodajes de cortos aún no pueden permitirse ni un monitor, y deben controlar el ‘raccord’ haciendo fotos con una polaroid.
En este universo tristemente desaparecido (bueno, quizás no sea tan triste), el lector comprenderá que atreverse con un cortometraje rodado en un único plano-secuencia es una proeza. Libre indirecto registraba en un solo plano cómo una furiosa mujer se dedicaba a poner nervioso a un portero de segunda B en pleno partido, y acababa confesando ante todos que estaba embarazada de él. Esta versión amable del humor berlanguiano conserva buena parte de su encanto costumbrista, y la precisión de su planificación le valió un Premio Canal+ cuando este llegaba a significar poco menos que la consagración en el corto.
Máxima pena
Giménez Peña rodó muchos años después una especie de secuela: Máxima Pena (2005), también en plano-secuencia. Aquí adoptaba un tono más ácido, más tirando a El verdugo que a Calabuch: el protagonista era un entrenador de fútbol que declinaba asistir al entierro de su propio padre porque antes estaba, faltaría más, su responsabilidad con un equipo que se jugaba el ascenso. Lo cierto es que Máxima pena ofrecía más de un motivo de regocijo, especialmente el juego que daba la urna que contiene los restos del padre, dentro de la cual uno de los futbolistas acaba echando las cenizas del porro que se está fumando.
Días de infancia y fútbol: Rodilla
Ese cariño hacia el fútbol y sus figurantes volvió a materializarse con Rodilla (2009), cuyo argumento se inspiraba en el auténtico jugador del Celta de Vigo de los 70 Fernando Rodilla. Para este cronista supone uno de los mejores cortometrajes sobre fútbol que se han realizado en España.
Muchos son los atractivos de Rodilla. Para empezar, una historia de una sencillez conmovedora. Un hombre de unos cuarenta años ve por casualidad al mítico Rodilla trabajando de taxista. Eso le hace recordar su infancia, y rebusca en su viejo álbum de cromos de equipos de fútbol del 73-74. Entonces descubre que el único cromo que le falta es el cromo de Rodilla. Y desde ese momento, se afanará en encontrarlo al precio que sea.
Rodilla
Rodilla exhibe abiertamente una de las grandes virtudes del director: su seguridad en el tono, su sentido de la medida. La historia era prometedora pero resbaladiza, y fácilmente podía haber caído en la sensiblería. Giménez Peña bordea los peores peligros, y consigue transformar una escena que podía haber sido ridícula en una pequeña joya: el hombre visita a un antiguo compañero de clase para pedirle el cromo de Rodilla que este le quitó. Una situación que en en ningún momento parece forzada, y que dibuja a la perfección los fantasmas de una infancia añorada pero que, como el cromo de Rodilla, quedó incompleta.
Giménez Peña juega con las fronteras entre ficción y documental. Podrá parecer un procedimiento habitual, pero en aquel 2009 resultaba novedoso en el territorio del cortometraje narrativo. Rodilla es el Rodilla real, y el encuentro final entre este y el hombre, entre documental y ficción, no puede ser más emocionante. Rodilla se cierra con una escena memorable: el hombre coloca el cromo de Rodilla en el viejo álbum; pasa un par de páginas más, y comprueba que el álbum ha quedado, ahora sí, completo; lo cierra. Pocas veces el cine español ha mostrado con tanto acierto la reconciliación definitiva con el pasado.
Juegos narrativos: Nitbus
Si hay algo que parece gustarle a Giménez Peña es jugar con las historias que cuenta, aportar una perspectiva novedosa y a la vez cargada de sentido. Libre indirecto y Máxima pena se articulan en torno a dos planos secuencia que refuerzan su carácter coral. Rodilla se balancea entre ficción y documental para remarcar que la infancia del relato es la infancia real de muchos espectadores. Artefactos narrativos que vuelven a aparecer en los otros cortometrajes del director, sobre todo en ese peculiar experimento con el punto de vista llamado Nitbus (2007).
Nitbus se organiza alrededor de dos largos planos que muestran la parte trasera de un autobús nocturno de Barcelona. El primero muestra la conversación de dos amigos en el bus: uno de ellos se lamenta del deplorable estado de su relación con una chica, y su amigo intenta convencerle de que no la llame, pues no hay nada que hacer, y después de intentar animarle se baja en la siguiente parada. Ahora fíjense en el fotograma que sigue.
Nitbus
Porque, a continuación, Giménez Peña repite la misma escena, pero esta vez varía el foco y el audio. Y reparamos en que detrás del autobús viene otro autobús, en cuya parte delantera se ha subido la chica de la que están hablando, y que la modificación del punto de vista modifica completamente el sentido de la historia. Aparte de su ingenio dramático, hay que resaltar el perfecto encadenamiento de ambas acciones, que hacen pensar en la poética matemática de un musical.
El recorrido sobre la obra de Juanjo Giménez Peña finaliza en nuestra crítica sobre Timecode
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