No compartir la decisión del jurado a la hora de repartir los premios no supone una enmienda a la totalidad de un festival. Únicamente quiere expresar que, examinando el conjunto de la programación (o al menos una parte de ella, como es este caso), uno encuentra preferibles otras opciones. Los Encounters de Bristol son, y seguirán siendo, uno de los festivales más atractivos y recomendables del circuito europeo; un festival plural y abierto, donde su línea de programación se caracteriza precisamente por una amplísima apertura de miras que, lejos de apostar por un determinado modelo o canon cinematográfico, prefiere reunir un poco de todo. Quiere así dar cuenta de la gran diversidad que existe en el cortometraje internacional y también apuntar hacia un público igualmente diverso y heterogéneo. Si hay que precisar un poco más, diríamos que su tendencia principal se escora hacia la narrativa universal y el modelo del cine independiente, sin, como decía, cargar únicamente las tintas en esta dirección.
Por otro lado, Encounters es un festival enorme e inevitablemente inabarcable, con numerosas secciones generosas en sesiones, donde se atiende de manera específica al cortometraje internacional (también nacional), la animación, el cine inmersivo (RV), el cine infantil, la comedia, el terror y un montón de programas especiales más. Sirva esto de excusa para justificar el no haber podido evaluar cada unas de las competiciones de manera exhaustiva, y se prime en este caso un examen únicamente del palmarés.
Ninguno de los trabajos premiados es en realidad una obra desestimable por completo, aunque en todos los casos se antojan trabajos con interés y valores, pero también lastrados por otros componentes. Signature, del japonés Kei Chikaura, ganador del Grand Prix del festival (y también presente en la selección de Locarno), es un buen ejemplo de ello. Estructurado en dos partes, la primera describe el paseo de un joven chino por una moderna ciudad japonesa, desde que sale de su hotel hasta que llega a un edificio de oficinas. En todo momento lleva unos auriculares puestos y de vez en cuando repite algunas palabras en japonés. Durante el paseo se siente fascinado por la ciudad, la arquitectura, el bullicio, dando a entender con pocos recursos un contraste evidente con su vida anterior. También se encuentra con algunos personajes con los que no logra comunicarse bien. En la segunda parte, ya dentro del edificio descubrimos que está allí para una entrevista de trabajo y como no habla japonés ha memorizado su speech ante el comité de selección de personal.
Como idea, es un corto sencillo y funciona. Logra transmitir sensaciones, sentimientos, el nerviosismo: el momento preciso en que la vida de una persona está a punto de cambiar drásticamente. Incluso el desenlace logra sorprender un poco. También equilibra bastante bien una estructura y una narrativa clásicas con una puesta en escena y un desarrollo observacional más moderno (siendo esto lo más destacado del film). Pero como conjunto adolece de falta de ritmo y una sensación de repetitividad. La sencillez termina volviéndose un poco en su contra, ya que es demasiado liviano y si se repasa, uno se da cuenta de que tampoco se han contado muchas cosas o que las secuencias se alargan más de lo debido, ya que rápidamente se entiende todo lo que están mostrando.
El Grand Prix para un corto animado se lo llevó la cinta alemana Ugly, de Redbear Easterman y Nikita Diakur. En un momento en que el nivel de la animación es tan alto y las técnicas tan variadas y depuradas, es difícil sorprender o encontrar una tendencia propiamente moderna. Ugly se esfuerza en lograr destacar en este sentido y erigirse como una obra con personalidad actual. Pretende situarse en un plano distinto a la redonda calidez y el esmerado detalle de la animación en 3D contemporánea y del dibujo animado tradicional. Opta por un estilo afilado, de polígonos con aristas vivas, colores saturados, superficies planas, efectos de luz y reflejos apastelados. Es cierto que es llamativo y que tiene un look moderno, falsamente descuidado, pero como en el caso anterior, sus méritos también se convierten a la postre en un handicap. Su sencilla trama sobre un gato feo y ruinoso que deambula errante por un barrio casi apocalíptico hasta que se hace amigo de un jefe indio se vuelve confusa, y las soluciones estéticas devienen en frialdad, distanciamiento y esquematismo, de tal manera que es complicado empalizar con la desafortunada peripecia del gato.
Negative Space, de Max Porter y Ru Kuwahata (Francia, 2017), una animación no tan arriesgada tal vez, pero llena de encanto y perfectamente ejecutada, recibió la Mención Especial del Jurado de esta competición.
Por su parte, dentro de la sección Inmersive Encounters, dedicada al cine en 360 y a la realidad virtual, el vencedor fue una producción keniata, Nairobi Berries, de Ng’endo Mukii, un trabajo poético y ciertamente sorprendente. También recibió una Mención Especial la versión VR del (re)conocidísimo Blind Vaysha de Theodore Ushev (Francia, Canadá, 2016).
Provoca menos reparos el Premio al mejor Corto Europeo para Hopptornet (Ten Meter Tower) del sueco Maximilien Van Aertryck. Es sin duda un gran trabajo y buena prueba de ellos es su intachable trayectoria (con importantes premios en Clermont-Ferrand, Brest, Glasgow, Mecal, Jihlava…). Cierto también que a estas alturas, este no deja de ser un reconocimiento más (que siempre viene bien y alegra), que servirá casi para poner punto final a un recorrido impecable para uno de los mejores cortos de la temporada. Por su parte, Sog (Jonatan Schwenk. Alemania, 2017), una sólida e imaginativa fábula, ligeramente lúgubre, pero muy atractiva, mereció en Premio al Mejor Corto Animado Europeo.
Y en cuanto a los premios nacionales, el buen realismo social y la firme puesta en escena, además de el buen trabajo con los actores infantiles de We love Moses, dirigido por Dionne Edwards, le valió el galardón al Mejor Corto Británico de imagen real, yendo a parar el de mejor Animación Británica al resultón collage experimental Films to break projectors, de Iloobia. Un bonito cortometraje que combina retales de formatos analógicos para construir un film materialmente improyectable con aparatos tradicionales (lo que conlleva implícita una reflexión sobre la dicotomía entre analógico y digital), repleto de color y ritmo.
Por último, los premios populares fueron a parar a dos obras estimables y amables. No extraña que el Premio del Público se lo haya llevado La buena madre, coproducción entre México y Reino Unido dirigida por Sarah Clift, que acumula a estas alturas un enorme numero de selecciones. La buen madre desata de forma irónica el sentimiento (casi) generalizado que provoca Donald Trump en medio mundo y lógicamente en especial en México, por lo que resulta convincente que termine convertido aquí en una piñata. Es simpático, es verdad, pero hay que reconocer que más allá del sarcasmo y un claro posicionamiento ante la figura del mandatario estadounidense, este film resulta ser un corto extremadamente simple, lineal y sin apenas un conflicto que desarrollar; aunque a nivel técnico se le pueda apreciar su oficio. Cada uno podrá sacar su propia conclusión al respecto, ya que al final de este artículo se incluye la pieza íntegra.
Más meditado, sin embargo, resulta el Premio del Jurado Infantil, que en lugar de decantarse por una comedia animada o una obra abiertamente comercial, prefirió la ternura y la honestidad del Uka, un pequeño cortometraje español dirigido por Valle Comba Canales que, dentro de su brevedad y sencillez, sirve para descubrir a un nuevo talento dentro del cine de animación español.
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