Virtudes, muchas. Defectos, pocos pero notorios. Los rasgos definitorios de la Semana del Corto de Madrid se repiten cada año de manera cíclica y casi parece que inevitable. Una vez más hay que elogiar el ingente esfuerzo realizado por el Departamento de Cine de la Comunidad, que no solo mantiene en pie secciones centrales como la Muestra de Cortometrajes, sino que consolida otras como el Foro de Cortometrajes, los Talleres Formativos o las sesiones especiales (que juntas parecen aspirar a conformar un Festival de Festivales).
En el debe, como siempre, las carencias derivadas del funcionamiento interno de la propia Comunidad. Cada año resulta más flagrante que una Semana de esta importancia y estas dimensiones posea una sede como el Cinestudio del Círculo de Bellas Artes, con un aforo de 214 personas, mientras que numerosos festivales de menor repercusión cuentan con salas entre 300 y 600 espectadores (y algunos las llenan). La Semana no podrá crecer si no hay una Sede que permita atraer a más público. Y no solo por una cuestión de aforo, sino también por una cuestión de imagen.

Mujer sin hijo, de Eva Saiz
Finalizamos esta intro con una pequeña digresión. A raíz del Palmarés concedido este año (y el de los años anteriores), está claro que el cortometraje distribuido por Madrid en Corto carece de identidad propia, al contrario que el corto catalán, el gallego o incluso el vasco. Y tal vez sea una virtud: las cinematografías citadas poseen una impronta estética y mercantil, lo cual está muy bien, pero esa impronta corre el riesgo de acartonarlos, codificarlos en exceso, en fin, puede hacer que todas sus propuestas se parezcan demasiado. Madrid en Corto admite todo tipo de formas y estilos (incluso algunos muy chuscos, la verdad), y eso le desprovee de coherencia y compacidad, pero también le otorga una frescura especial, abierta a la aparición de lo inesperado, la diferencia, la sorpresa.
Posmillenials y Generación T
El cortometraje siempre se ha revelado como un espacio inmejorable para tomar el pulso a la problemática juvenil, sus usos, su lenguaje, sus inquietudes, sus historias. Y uno de los rasgos comunes a los cortos más celebrados de la Muestra es su capacidad para retratar a las nuevas generaciones, tanto los ‘posmillenials’ nacidos con Internet como la Generación táctil crecida con el Flickr o las Instastories.
Aunque no entró en Madrid en Corto (aquí hay que recordar que algunas producciones prefieren no hacerlo, y es probable que este sea el caso), Arenal de Rafa Alberola se impuso como uno de los títulos esenciales de la Muestra. Las propuestas de Alberola (y de todo lo que sale de la productora de la que es socio, Vermut) pueden gustar unas más (las más) y otras menos (las menos), pero todas ellas son radicalmente distintas unas de otras, como si Alberola / Vermut se reinventara continuamente, y todas están rigurosamente trabajadas. Arenal no solo no es una excepción, sino que posiblemente es el corto más redondo de su director.
Lo que narra es, en apariencia, nimio (y aún así obtuvo el Premio Ocho y Medio al Mejor Guion): un par de adolescentes de extrarradio, que usan el móvil como respiran, y que se echan de menos cuando uno de ellos se ve obligado a quedarse en casa para estudiar, en una relación que como mínimo debería calificarse de amistad auténtica, al borde de lo amoroso. Pero el cuidado exquisito con el que han sido elaborados todos sus elementos (casting, en el que con toda probabilidad los protagonistas se comportan de igual modo que en su vida cotidiana; dirección artística; lenguaje adolescente; plasmación de la tecnología de las redes en pantalla) le otorga una convicción poderosa, un extraño ángel a unas imágenes que en todo momento se antojan veraces.
La misma convicción en la actuación de los adolescentes aparece en Ráfagas de vida salvaje de Jorge Cantos, probablemente la pieza más reconocida en el Palmarés: Premio Madrid en Corto y Primer Premio ECAM / Comunidad de Madrid para este ex – alumno de la ECAM. Cantos ya había dado muestras de su facilidad para dirigir a actores jóvenes en su interesantísima Take Away, y en esta ocasión parece querer ir más allá, con continuos experimentos lingüísticos, juegos con el fuera de campo y formatos de pantalla de 16 mm.

Ráfagas de vida salvaje, de Jorge Cantos
Nuevamente la autenticidad de personajes y diálogos gana la partida, pero tal vez no ocurra lo mismo con los juegos de lenguaje, que después de una primera parte sugestiva sumergen al corto en cierto confusionismo narrativo. Da la impresión de que a Cantos tanto experimento se le escapa de las manos, como si aún no dominara del todo los materiales que manipula. De todos modos su capacidad de riesgo es digna de admiración, y hay momentos concretos de gran poder visual, sobre todo algunos heredados del mejor videoclip, como aquel en el que los adolescentes se zarandean jubilosamente entre ellos con un furioso fondo musical.
Ya hablamos del estupendo Mujer sin hijo de Eva Saiz con ocasión de su triunfo en Medina y en Málaga. Sin duda estamos ante uno de los primeros espadas de la temporada española (aquí Premio Madrid en Corto), una obra que a pesar de ciertos defectos vence y convence a crítica y público, y que confronta la descripción de un joven recién emancipado (y por extensión de toda su generación) con la de una mujer cuya juventud quedó definitivamente atrás, con resultados tan gratos e irónicos como inesperadamente luminosos.
Finalmente, dos jóvenes gays aspirantes a bailarines protagonizan un título absolutamente encantador, Zapatos de tacón cubano de Julio Mas Alcaraz. El director, que ya había llamado la atención con Funky Lola (curioso relato sobre una mujer mayor que decide hacer webcam porno para sacarse unos cuartos), describe aquí los esfuerzos de dos adolescentes para hacerse pasar por machitos delante del capo de barrio de turno, ya que necesitan trapichear para seguir adelante con sus sueños.
Las carencias de Zapatos de tacón cubano están a la vista de todos: los dos protagonistas son mejores bailarines que actores, y las escenas con el capo no transmiten ni peligro ni convicción (¿por qué siempre los camellos de barrio van repeinados con gomina?). Pero da igual. Zapatos de tacón cubano es un corto tan sentido, y con tanta capacidad para transmitir un profundo cariño hacia el mundo del flamenco-trap, que sus indudables taras acaban revelándose como algo menos que accesorio. Aunque la puesta en escena no pase de funcional, el cante sobre la moto, la conversación con las dos chicas para mantener su farsa, la visita a la escuela de danza convencen y emocionan. Además posee un personaje delicioso, la abuela que incorpora una gloriosa Alicia Sánchez (la misma de Funky Lola), que da lugar a algunas escenas preciosas. Una de ellas, relacionada con unas lentejas, memorable.
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