Que la programación del Festival de Cine Español de Málaga ha dado un vuelco para bien en los últimos años, es algo que no admite discusión. El certamen que dirige Juan Antonio Vigar ha sabido encontrar su espacio en las nuevas tendencias del cine español, apostando por un tipo de película personal, intimista y de producción tan modesta como cuidada, que tiene su mejor plasmación en el modelo impuesto, sobre todo, por el cine catalán: el triunfo de Carla Simón o Carlos Marqués-Marcet en las dos últimas ediciones así lo atestigua. Esa línea, que afortunadamente es menos rígida de lo habitual, se ha extendido a la programación de cortometraje: si bien esta no abandona una cierta heterogeneidad que siempre le ha caracterizado, lo cierto es que el rigor, la inquietud y el riesgo bien entendido han aumentado considerablemente.
Ahora bien, lo anterior exige ciertos matices. Es cierto que el nivel global del corto en Málaga ha mejorado, pero eso se debe a la mejora notable de la competición de Ficción, que es la que realmente ha tenido que reinventarse. A las otras dos competiciones no les ha hecho falta: el documental siempre ha mantenido unos baremos de interés e independencia, y la selección de animación es, a buen seguro, la única posible, pues dado el pobre apoyo que España concede al género la producción animada es escasa, y los títulos que destacan son muy evidentes.
Ficción
Otra vez. Para variar, el Jurado ha destacado el cine realizado por mujeres de una manera ostentosa. No hay un solo título en el Palmarés que no esté dirigido por una mujer. Del mismo modo la parte del león se la lleva, de nuevo, el cine catalán, aquel que va de Mar Coll a Belén Funes, pasando por Carla Simón o Clara Roquet. Está de moda y se nota. Y como la labor de un cronista es dar su opinión sincera por encima de moda alguna, ahí va: el Palmarés parece justo y, desde luego, no es desproporcionado. Es cierto que había trabajos de consideración dirigidos por hombres: los turbadores Los inocentes de Guillermo Benet, Violeta+Guillermo de Oscar Vincentelli o Nuestro amor de Mario Fernández Alonso; la frescura de Mohcine de Juan Gautier, el simpatiquísimo y prometedor La herencia de Felipe Arnuncio; o el nuevo trabajo del velaskeño Christian Flores, Marilyn Monroe quiere hablar con Warhol, aquí fuera de concurso.

Benidorm 2017, de Claudia Costafreda
Pero el caso es que lo más sólido o novedoso de la competición procedía de realizadoras, casi siempre catalanas. Aunque aquí habrá que empezar con un interrogante. La Biznaga de Plata al Mejor Cortometraje de Ficción correspondió a Claudia Costafreda, antigua estudiante de la ESCAC, por Benidorm 2017, una propuesta que recuerda no poco a la ciencia-ficción barata de Chema García Ibarra y Ion de Sosa, ya que presenta una sencilla historia madre-hijo en un Benidorm absolutamente vacío, a la espera de una gran ola que convertirá la población mediterránea en una nueva Atlántida sumergida. De acuerdo, la premisa tiene verdadera gracia, pero aparte de eso solo puedo añadir que no entiendo nada. No sé a dónde quiere llegar Costafreda con su propuesta. Entiendo que quiere crear un extrañamiento, jugar con los tonos de comedia y drama, de cotidianeidad y fantasía, pero nunca entro en su juego y todo se me antoja un universo a medio construir. Aun así estoy dispuesto a reconocer que probablemente el problema es mío, ya que me consta que el corto le gusta a varias personas cuyo criterio siempre he respetado. Así que no me hagan demasiado caso.
En cualquier caso, la representación catalana dejó su impronta por todas partes: Yolanda Ramos, protagonista de Benidorm 2017, obtuvo el premio a la Mejor Actriz ex – aequo con Elena Martín, la joven de Suc de síndria de Irene Moray. Ya hemos hablado de Suc de síndria con ocasión de su buen recibimiento en la Berlinale 2019: una obra esencial, limpia, exquisitamente medida en todos sus elementos, si bien sus imágenes y métodos empiezan a recordar demasiado a los empleados por otras compañeras de generación. También hemos dedicado una reseña exclusiva a la nueva pieza de Carla Simón, Después también, tan espléndida que la Biznaga al Mejor Actor para un pasoliniano Berner Maynés es sin duda merecida, pero vistos los méritos del cortometraje sabe a poco.
Queda el único título no relacionado con el cine catalán, y a la hora de la verdad el auténtico triunfador del certamen: Mujer sin hijo, con el que la debutante Eva Saiz obtuvo no solo la Biznaga a la Mejor Dirección, sino también un Premio del Público de lo más razonable. Dan ganas de hablar largo y tendido sobre este corto: Mujer sin hijo es un título imperfecto, con evidentes carencias de ritmo y definición, pero si sus defectos son los normales en estos casos sus logros, aunque puntuales, son patentes. Saiz presenta la vida cotidiana de una mujer castigada por la vida que, al admitir como inquilino a un joven ingenuo recién llegado del pueblo, se topa de bruces con las ganas de vivir que parecían haberse escapado para siempre. Lejos de cualquier relación madre-hijo anunciada en el título, la mujer despierta a una sexualidad largo tiempo olvidada, a lo largo de un relato a la vez poético e irónico. Hay momentos que hacen pensar en una creadora con todas las letras. Aquí solo apuntaremos dos: el plano en la cocina en el que el joven, al pasar por el estrecho espacio, pega inocentemente su cuerpo al de la mujer (recuerda a la célebre escena de La tía Tula en la que Tula y su cuñado hacen las camas en una habitación angosta, evitando tocarse en lo más mínimo) y un final magnífico, emocionante y raramente alegre, uno de los mejores que ha dado el cortometraje español reciente.

Mujer sin hijo, de Eva Saiz
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