No podía ocurrir dos veces. El altísimo nivel obtenido por la Quincena de los Realizadores en 2016 era muy difícil de igualar: Chasse Royale, Decorado, Happy End, Import o Léthé figuraban juntas en una sola competición, firmando una edición dorada para el certamen. Pero esta Quincena 2017, lejos de la riqueza temática y formal que caracterizó a su predecesora, ha entregado un conjunto algo monolítico, demasiado aquejado de las pretensiones de trascendencia que últimamente planean sobre los festivales más prestigiosos.
Con todo la Quincena es la Quincena, y ha habido el suficiente buen cine como para disfrutar de la experiencia. El lector podrá comprobarlo por sí mismo, al menos en parte, ya que Festival Scope va a ofrecer en abierto algunos de los cortos que participaron en el certamen, del 23 de junio al 7 de julio. Aunque eso sí, solo hay 500 visionados por corto, así que conviene darse prisa.

Retour à Genoa City, de Benôit Grimalt
Desafortunadamente, de momento no aparece disponible en Festival Scope el corto que obtuvo el anhelado Premio Illy, único galardón de cortometraje que concede la Quincena. Pero con toda probabilidad lo veremos pronto, ya que se trata de un trabajo espléndido que llamará la atención allá donde se proyecte. Retour à Genoa City de Benôit Grimalt (Francia) se adscribe al subgénero de los documentales familiares filmados por un miembro joven de la familia, subgénero que una y otra vez demuestra su riqueza de posibilidades, y me atrevo a decir que este es uno de sus mejores ejemplos.
El magnífico planteamiento no puede dejar indiferente a nadie: un joven regresa a la localidad costera en la que viven sus abuelos, y en la que transcurrió su infancia y adolescencia. Ahora bien, desde aquellos lejanos días (concretamente, desde 1989), los abuelos ponen el tv a la hora de comer para ver la misma soap-opera, The young and the restless, que asombrosamente continúa en antena, y que versa, precisamente, sobre las interioridades de una familia.
Grimalt pone en marcha un estimulante juego de espejos en el que las familias real y ficticia son confrontadas, descubre sus diferencias y sus fascinantes confluencias, aporta materiales insólitos (videos domésticos de los 90 en los que la familia está viendo la misma serie, con los mismos rostros que la interpretan en la actualidad) y hasta preciosas fugas irreales, como aquella en la que el abuelo de la serie dialoga con el abuelo real, y ambos comienzan a reflexionar sobre la familia y el paso del tiempo. Una pieza imprescindible sobre la cual habrá que volver en breve.
La Quincena solo ofreció otro trabajo de similar categoría, y por fortuna este sí podrá verse en Festival Scope. Se trata del esperadísimo La bouche de Camilo Restrepo (Francia), continuación del reputado y popular Cilaos, que de algún modo instauró uno de los pocos minimitos que existen en el mundo del cortometraje: La Boca, ese ente que todos temen en la isla de Reunión (antigua colonia francesa que abastecía de esclavos a la metrópoli), que solo deja desolación allá por donde pasa, y que tanto puede representar a un hombre despreciable, como a la Muerte misma, como a todo aquello que despoja de su identidad, de su esencia y su cultura, a un pueblo.
Parece ser que Restrepo ha afirmado que La Bouche es el reverso de Cilaos, pero lo cierto es que esta nueva intervención de La Boca más bien parece una reedición de lo mismo aunque eso sí, mejorada (y el original ya era bastante bueno). Tal vez las mayores diferencias sean temáticas: si en Cilaos la mujer buscaba a La Boca porque era su padre, aquí La Boca ha matado a la hija de un padre (y aunque en ningún momento se dice explícitamente, todo apunta a que el ente podría ser, aquí, el marido de la hija); y si en Cilaos se contaba una conversación entre un árbol y una sierra mecánica, aquí se cuenta una similar entre la sierra, harta de cortar árboles, y el hombre que la empuña (es decir, aquí el punto de vista ha cambiado a la sierra, pero la metáfora sociopolítica sigue siendo transparente). En cuanto al aspecto formal, La Bouche es casi idéntica a Cilaos (si acaso un poco más rabiosa): estética aparentemente descuidada de 16 mm, aspecto de cine ‘underground’ de los 70, ecos de Glauber Rocha y Pasolini… y unos números musicales espléndidamente filmados, que transmiten estupendamente la visceral necesidad de un padre, y de toda una comunidad, de expresar su dolor y su desarraigo.
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