La veterana Semana de Cine de Medina del Campo se confirma como un gran escaparate para el cortometraje español, y más exactamente del cortometraje de raigambre clásica y vocación firmemente narrativa. Entre las dos secciones principales, el Certamen Nacional de Cortometrajes y la sección La Otra Mirada, reúnen más de medio centenar de obras que reflejan esta tendencia mayoritaria (si bien los criterios que diferencian una y otra son en ocasiones muy permeables), y juntas terminan funcionando como un catálogo válido y representativo de un determinado tipo de cine que atiende en buena medida a conectar con un público generalista, en buena correspondencia también con el público que asiste con fidelidad y satisfacción al festival. Y en cierto modo también es un buen compendio de los cortos españoles más exitosos y populares de los últimos meses, a los que siempre hay que añadir un buen número sorpresas.
A este respecto, el amplísimo palmarés resultante termina por ser, este año también, totalmente coherente con la propuesta general del festival, y permite que siga reforzando una personalidad propia y bien definida. Al frente de él se situaron dos cortometrajes, por un lado Silencio por favor, de Carlos Villafaina, y La inútil, de Belén Funes, aunque la decisión no deja de ser en sí misma curiosa.
Silencio por favor es un corto estimable, sensible y sincero, y tiene su origen en la propia familia del director del film, cuyo hermano, aquejado de una discapacidad, es también uno de los protagonistas del film. La historia se centra en un día más o menos cualquiera del protagonista, trasunto del director, que debe hacer frente a dos tareas irreconciliables: atender a su hermano, que en ese momento está a su cuidado, y responder a una urgencia laboral que le exige dejarlo. Con discreta habilidad y rigor, el corto explota esta peripecia para poner de relieve las deficiencias del sistema asistencial actual y en los esfuerzos de las familias con personas dependientes para solventar situaciones cotidianas. Nada que objetar a este planteamiento de cine social sencillo y directo, alejado de otras pretensiones que la de contar una historia con claridad y contribuir a la sensibilización de un tema, por más que siempre estemos ante una propuesta totalmente canónica. Como dijimos, Medina del Campo se caracteriza por su querencia a este código, con todo el respeto que ello merece. Silencio por favor se alzó por estos (y otros méritos) con el Roel de Oro, máximo premio del festival al mejor cortometraje.
A este respecto, podría considerarse que el premio puede resultar un poco excesivo, ya que siendo un buen corto, podría haber opciones más brillantes. Esto no pasaría de una mera opinión personal si no fuera porque a su lado, brilló La inútil, que a opinión del jurado mereció nada menos que cinco premios: mejor directora, mejor guión, mejor montaje, mejor actriz (no hay actores masculinos en el film) y el Roel de Plata. Desde mi punto de vista, la decisión me resulta extraña, ya que se considera a este corto el mejor en casi todos los aspectos concretos y el segundo a nivel global, y ciertamente estamos ante el cortometraje de una cineasta que sí que tiene, a pesar de su juventud, voz y miradas propias. Podemos entender que a veces los jurados optan por favorecer una obra con una menor trayectoria o reconocimiento para tratar de fijar la atención sobre otro que aún no ha gozado de tanta fortuna… Podemos entender este criterio, pero personalmente no soy partidario de él.
Junto a estos premios principales, el palmarés distinguió también los mejores trabajos dentro de la no ficción y de la animación, a modo individual. El Premio al Mejor Cortometraje Documental fue para Sub terrae, de Nayra Sanz, mientras que el Premio al Mejor Cortometraje de Animación recayó sobre el film colectivo Areka, sin duda una de las mejores animaciones españolas de los últimos meses.
El resto de los premios recayeron en propuestas en general un tanto irregulares, pero siempre correctas; así Paraíso azul, de Daniel de Vicente, fue recompensado con el Premio al Mejor Actor, El alquiler, de Pablo Gómez Castro, con el Premio a la Mejor Música Original y los cortos 72%, de Lluís Quílez, y Domesticado, de Juan Francisco Viruega, compartieron el Premio a la Mejor Fotografía. Además, El niño que quería volar, de Jorge Muriel, y El beso, de David Priego, se llevaron los Premios de la Juventud y del Jurado Senior, respectivamente.
Mención aparte se merece otro de los cortometrajes triunfadores de esta edición, La última virgen, de Bárbara Farré, que a la postre recibió los Premios al Mejor Sonido, Mejor Vestuario y Mención Especial a la Dirección. La última virgen es uno de los cortometrajes más refrescantes de la competición que, abordando algo tan contingente al cortometraje como es el universo adolescente, logra destacar con luz propia y revelar a una cineasta con cosas que decir y talento visual, ya que se percibe como algo nuevo, dinámico y auténtico, frente a muchas otras imposturas que pretenden retratar ese emblemático momento de la vida desde posiciones maniqueas, manieristas o simplemente idealizadas.
Con respecto a las otras competiciones oficiales, pocas sorpresas en lo que se refiere a los premios. En La Otra Mirada se alzó con el galardón el todopoderoso Matria, de Álvaro Gago (aunque nunca entenderé por qué no estaba en la Competición Nacional), y si hubo una sorpresa en este sentido fue la Mención Especial para Será nuestro secreto, de Sergi González, otro corto correcto y sensible, pero donde no puedo ocultar mis preferencias por fórmulas o temas más originales, como los que proponen Les bones nenes (Clara Roquet), Off-Ice (Pedro Collantes) o Ciruela de Agua Dulce (Roberto F. Canuto, XiaoxiXu).
Si algo que hay que reconocerle a Medina es haber dedicado un importante esfuerzo en los últimos años en reforzar su Certamen Internacional; hasta tal punto que, si bien el plato fuerte es el cine patrio, la condensada selección de películas de otras latitudes supone un vía de aire fresco, de variedad y de diversidad narrativa, sin llegar a desvirtuar tampoco la línea general del festival. En la Competición Internacional el ganador fue A gentle night (Qiu Yang. China, Francia, 2017), última Palma de Oro en Cannes, mientras que el segundo premio recayó en la interesante producción portuguesa Fugiu. Deitouse. Cai, dirigida por Bruno Carnide. La Mención Especial del Jurado fue para Silent Campine (Holanda, Bélgica), de Steffen Geypens, mientras que el Premio de la Juventud fue para la coproducción Abraham (Italia, Alemania, Iraq y Emiratos Árabes), de Ali Kareem Obaid. Casi todos los premios vuelven a recaer aquí en propuestas más o menos clásicas, pero conviene destacar la presencia en esta sección de filmes más arriesgados, como los célebres Min börda (Nikki Lindroth Von Barhr. Suecia, 2017), Les miserables (Ladj Ly. Francia, 2017) o Gros chagrin (Céline Devaux. Francia, 2017).
Por útlimo, el Premio al Mejor Cortometraje de Castilla León fue para Anagnórisis, de Arturo Dueñas.
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