La Competición Internacional de Vila do Conde 2017 mantiene su política de programación de manera inquebrantable. Una política dividida en tres ramas. Primera: casi la mitad de la selección está dedicada a recolectar los títulos más reconocidos en el circuito festivalero en lo que va de año, muchos de ellos ya comentados en Cortosfera (los cito por orden de muy subjetiva preferencia): La bouche, Los desheredados, Everything, Greetings from Aleppo, Pépé le Morse, Min börda, Manodopera, Nuestra amiga la Luna, Tesla: lumière mondiale, Nada o Copa-Loca. Esto, evidentemente, permite ponerse al día de las novedades internacionales en un suspiro, pero también resta novedad y originalidad a la propuesta global.
Segunda, la Internacional lusa sigue erigiéndose como el punto de reunión de los grandes nombres del cortometraje mundial actual: Reeder, Rivers, Jacobs… Una medida que asegura la proyección mediática y la repercusión entre los aficionados, pero que depende del nivel medio que ofrecen los logros individuales de estos nombres de moda. Un nivel que este año, avanzamos, ha sido menos lucido de lo acostumbrado. Y tercera: como todo festival de referencia que se precie, la selección aporta sus propios descubrimientos.
Es posible que alguna de las ramas haya funcionado. El tronco, no. Una vez más no es tanto una responsabilidad exclusiva del festival luso como de la telaraña general en la que parecen atrapados buena parte de los festivales mas prestigiosos: el intelectualismo, el cerebralismo, el formalismo que ahoga contenidos a priori interesantes, el cine realizado para festivales y no para espectadores. Vila do Conde se había librado de todo esto en años anteriores, ofreciéndonos siempre una de las selecciones más sugestivas de la temporada correspondiente. Este año, creemos, no lo ha conseguido (en el Internacional, el Experimental es otro asunto). Esperemos que este año sea un caso aislado y que la competición recupere su admirable pulso habitual en 2018.
El síndrome de los 25 minutos
Es algo que viene extendiéndose en los últimos tiempos: cortometrajes que no dan para más de 10 minutos se alargan hasta 25 por mor de la dilatación innecesaria de sus planos y escenas, por su amor a la repetición, y sobre todo, por su insufrible esteticismo. Ocurre, precisamente, con los tres títulos que coronan el Palmarés.

Farpoes, baldios de Marta Mateus
Hace un par de años, el Jurado decidió que el Mejor Cortometraje Internacional era un corto portugués que concursaba fuera de la Competición Internacional (si bien las bases dan opción a que un corto de la Competición Nacional obtenga el Gran Premio). Se trataba del excelente Mined soil de Filipa César, y aunque se enfrentaba a rivales de gran altura nadie discutió el galardón. Este año ha vuelto a ocurrir: Mejor Corto Internacional para Farpões, baldios de Marta Mateus, ya visto en la última Quincena de Cannes. Pero, aunque esta vez no se enfrentaba a rivales de gran altura, el galardón resulta discutible. Esta especie de Pedro Páramo muestra a un colectivo de campesinos del Alentejo de siglos atrás, explotados y probablemente asesinados por los terratenientes, fantasmas que penan apegados a la tierra. Pero no es fácil filmar Pedro Páramo. Las criaturas de Farpões, baldios parecen sometidas a la perfección, incuestionable, de la fotografía y las composiciones, pero no consiguen cobrar vida propia, perdidas en medio de un universo hueco y pretenciosamente alargado, que echa a perder imágenes tan turbadoras como la de un niño andando hacia atrás como si fuera presa de un sortilegio, y en el que lo único realmente conmovedor son las manos arrugadas de una anciana, la única que parece viva en el mundo de los muertos.
El síndrome de los 25 minutos es solo uno de los muchos defectos de la Mejor Ficción, Les îles de Yann Gonzalez. Parte de una idea de lo más sugerente: las fantasías sexuales propias son potenciadas por la contemplación de las ajenas (el viaje comienza con la representación de un triángulo sexual observado por un auditorio), y eso da lugar a una cadena de acciones sexuales contempladas, a su vez, por otro espectador, y así sucesivamente. Al menos eso es lo que entendí, porque todo en Les îles invita al desentendimiento: el tono relamido, la pretenciosidad sin límites, el intelectualismo cargante propio del peor cine francés.
Las cosas mejoran un poco con el Mejor Documental, O peixe de Jonathas de Andrade (Brasil). Al menos tiene una buena idea, y bien plasmada: una villa de pescadores se dedica a pescar grandes peces y, desde el momento en que el pescador los arrebata al agua, se detiene a abrazarlos amorosamente hasta que mueren. De Andrade muestra muy bien la ambivalencia del acto: por un lado, el pescador manifiesta su respeto y amor profundos al pez y a la naturaleza; por otro, la visión frontal de la agonía del pez deja al descubierto el sometimiento y la crueldad sufridos por este. Una manera curiosa de mostrar las tensiones entre los conceptos de animalismo y ecología. Todo esto está muy bien con el primer pez abrazado, incluso el segundo… pero De Andrade repite la acción con un tercero ¡y un cuarto! sin añadir, con ello, matiz alguno. Parece ser que O peixe es, originalmente, una instalación. Supongo que, en ese marco, tendrá más sentido la repetición continua del mismo acto. En la pantalla de cine no.
Para finalizar con el Palmarés, y ya libres del citado Síndrome, la Mejor Animación correspondió a Min börda: en la crónica de la Quincena de Cannes ya dejé constancia de mis reparos hacia este título, un musical que disfruta de un comienzo excelente y, sobre todo, un ‘finale’ extraordinario, pero francamente flojo en su parte central. Aún así, Min börda era, con mucho, mejor que las tres piezas comentadas.
Del Mejor Cortometraje Europeo hemos hablado sobradamente, y bien: Los desheredados de Laura Ferrés. Y queda el Premio del Público: el más que agradable Retouch de Kaveh Mazaheri (Irán), relato tradicional pero eficaz sobre la jornada de una mujer iraní, que ha permitido la muerte accidental de su machirulo marido (no revelaremos cómo muere, hallazgo narrativo digno de mantenerse en secreto), y que se marcha a trabajar actuando durante el resto del día como si no supiera nada: extrañada de que el hombre no dé señales de vida, llamándole por el móvil sin recibir respuesta… Una pieza poco vistosa pero inteligente, en la que la denuncia social (la ‘representación’ que lleva a cabo la mujer desvela la explotación de género) se lleva a las mil maravillas con el sentido del ritmo propio del policíaco clásico.
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